Con el estreno de Prometeo en el año 2012, los fanáticos del xenomorfo más famoso del cine se preguntaron si una precuela era necesaria y si el ya para entonces veterano director Ridley Scott estaba a la altura de volver al género de ciencia ficción que lo consagró hace más de 30 años con la frescura que los fanáticos exigían. Las repercusiones fueron en general favorables, aunque inevitablemente también varios otros se sintieran defraudados. El caso de Alien Covenant propone una suerte de vuelta a los orígenes más clásicos de la saga con un bicho ya bien madurito y crecido, como la última vez que se lo vio en una entrega de la franquicia que llevara su nombre en el título.
Cuando la Tierra no da abasto para aguantar a los humanos es natural que en cualquier guion de ciencia ficción la humanidad busque nuevos horizontes para colonizar, y otros planetas para arruinar. Con esa premisa la nave Covenant inicia su viaje interespacial que derivará en el inevitable confrontamiento con el Alien de turno.
El resultado de Alien Covenant es una extraña mixtura sinsabor que deja una sensación de insatisfacción pero que la vez tampoco resulta desagradable. Eso sí, funciona mucho más como secuela de Prometeo que como precuela de Alien. El problema es que no logra escapar del estadio de fórmula conocida.
Con la dignidad que merece el género y de la mano del inagotable Ridley Scott, Covenant se articula en su propio universo con una interesante propuesta visual que solo se va consumiendo hacia el final de la cinta por culpa de un tercer acto un tanto apresurado. Tan en piloto automático avanza la película que sus protagonistas resultan más experimentados al lidiar con el Alien en este primer confrontamiento que Ripley en cualquiera de las secuelas de la original.