Tecnología rota en el cine digital
Una película sensible sobre la crisis entre el cine que ya no es y el devenir tecnológico, con un personaje síntesis.
Supo ser uno de los proyectos ahijados por el director James Cameron. La predilección del realizador de Titanic recaería sin embargo en Avatar, y la curiosidad supuesta por el cyberpunk en cuadritos permaneció en una especie de limbo, hasta el anuncio de que el texano Roberto Rodríguez ocuparía la silla del director. Finalmente, Battle Angel ve la luz en plena era digital, y logra una rara mixtura entre la herencia del cine de aventuras y los caminos visuales del presente.
A grandes rasgos, el film de Rodríguez -que preserva la firma de Cameron en el apartado guión- ofrece una historia futurista, de tecnología rota y basura mecánica, en donde la humanidad se ha reducido a una dualidad de clase para la cual, efectivamente, el control sobre la misma tecnología se revela fundamental. Battle Angel es la historia de Alita (Rosa Salazar), creatura humano-cibernética que renace gracias a la sabiduría del Dr. Ido (Christophe Waltz). A partir de su cerebro intacto, que yace entre la chatarra que se amontona, Ido la encuentra y le confiere un nuevo cuerpo, junto a la posibilidad de recuperar la memoria, que Alita guarda y ve resurgir en la forma de destellos.
A la manera de la Metrópolis de Fritz Lang, la película del maestro alemán, en Battle Angel la humanidad está dividida entre los de arriba y abajo, escindida entre la ciudad flotante de Zalem y una multitud amuchada que nuclea pobreza y mixtura racial, con pantallas gigantes (evidentemente, la televisión se las ingenia para proseguir en una misma tarea, sea el siglo que sea) que invitan al principal divertimento: el Motorball, una competencia sobre patines y en una pista, tras una bola cuya tenencia significa el triunfo o la muerte. La alusión a Rollerball, el film de Norman Jewison, se cuela sin ocultar su intención cinéfila, y con él una buena cantidad de referencias a otras películas que, sin embargo, no hacen de Battle Angel un compendio de homenajes o citas gratuitas, sino una reunión consciente entre el cine que ha sido y un devenir digital que lo sitúa al borde de su propia disolución figurativa y/o narrativa.
Habrá que pensar, en este sentido, en la figura que encarna Alita, de cuerpo cambiante y edad indefinida, suerte de Pinocho frankensteiniano que, a su vez, asume el legado de Astroboy, el personaje emblema de Osamu Tezuka. Así como sucede con Astroboy, Alita es sustituto de la hija que ya no está (¿del cine que ya no está?), suspendida en una imagen de adolescencia eterna que le hará romper lazos para buscar otro camino. Acá es donde el film se permite replicar la famosa escena de A la hora señalada, el western magistral de Fred Zinnemann, con Alita cual Gary Cooper, yendo a pedir ayuda a los parroquianos. A diferencia del film de origen, no lo hace en la Iglesia sino en un "saloon". La resolución será la misma: habrá que tomar las riendas por sí misma.
Si se tiene en cuenta que la pluma de Cameron aparece en el guión (junto a la tarea de Laeta Kalogridis, guionista de La isla siniestra), la asociación con otros títulos del director es viable, y encuentra un nexo en el John Connor de Terminator, adolescente nacido del milagro supuesto entre una mujer y un ángel venido del futuro, también suspendido entre el pasado y el devenir. Por todo esto, es notable cómo Rodríguez apuesta a la aventura, al relato clásico, sin renunciar a las posibilidades del gran espectáculo que hoy traen aparejadas las nuevas tecnologías. Es lo mismo, distancias mediante, con lo realizado en Spy Kids y Sin City: la reformulación de la aventura infantil en un caso, la transposición animada de la historieta en el otro; en las dos, con las herramientas digitales como posibilidad estética. El resultado es una mixtura que resuelve, con mayor y menor fortuna, su cometido. Ahora bien, lo que sucede con Battle Angel es que, por fin, Rodríguez encuentra la síntesis mejor.
Basada en la historieta GUNNM, del japonés Yukito Kishiro, Battle Angel tiene el sello de Cameron y Rodríguez.
Por eso los ojos saltones y digitales de Alita, que hacen dudar de la veracidad corporal que le confiere la actriz Rosa Salazar. Tan plástica, tan sintética, pero con sentimientos a flor de piel. Su despertar al afecto la vuelve querible, y gracias a ello atendible al espectador. En otras palabras, hacía bastante que no surgía un personaje cuya suerte dramática hiciera tensar la atención. Cuando Alita sufre, el film encuentra el contrapunto justo en todas sus destrezas de pirotecnia visual, capaz como es de tumbar a mastodontes y cazarrecompensas por igual. En tanto, el crescendo de la acción va a la par de la pregunta de Alita por sí misma, mientras pena por el afecto que le despierta Hugo (Keean Johnson), quien la introduce en la vida callejera.
Todo habrá de conducir, desde ya, a la locura del Motorball (otro tanto sucedía con Astroboy y su reclusión en un circo "romano", con robots gladiadores), con Alita sumida en una furia de acción que no deja de ser una trampa. Situación a la vez acorde con otros desengaños. Lo que asoma, de modo paralelo, es el ascenso hacia ese lugar donde parece ser anidan las respuestas: la ciudad flotante de Zalem. Algunas pistas hay, contenidas en una voz, convenientemente cercana al espíritu de películas como El doctor Mabuse (Lang, de nuevo)/ El mago de Oz (la voz de quien que todo lo ve sin ser visto), La invasión de los usurpadores de cuerpos (voz que a su vez se materializa en cuerpos huéspedes), Doctor Cíclope (cuando el rostro de la voz sea descubierto en su magnificencia, como maestro titiritero).
Finalmente, sobresale el continuará, con Alita que emerge como figura que mira al cielo y reúne tras de sí al grupo que la vitorea. Pero, ¿qué es lo que celebran? ¿El vértigo por las carreras suicidas del Motorball o la posibilidad de una emancipación? ¿La aventura como riesgo a enfrentar o el clímax reiterado de los golpes de efecto de tanto cine digital? Los ecos de A la hora señalada y su desenlace amargo, asoman. Battle Angel se sitúa en un límite preciso. Y lo cierto es que la solución elegida logra su cometido a la vieja usanza: querer saber cómo sigue.