Dentro del marco de las comedias románticas con final más o menos previsible, aunque en el medio las cosas se complican tal vez más de lo coherente, All inclusive es una producción nacional en la que Julieta Zylberberg y Alan Sabbagh vuelven a demostrar sus buenas dotes para la comedia.
Ya habían compartido elenco en El rey del Once, de Daniel Burman, pero All inclusive les impone y exige que le peguen una vuelta más al humor absurdo.
El asunto es así. Pablo y Lucía viven una relación estable. Ella tal vez quiera avanzar más, él quisiera contar con una seguridad económica. Ella trabaja en publicidades, él es arquitecto en un estudio que está a punto de conseguir un cliente japonés por un emprendimiento importante. Sin develar mucho, a Pablo lo despiden, justo -justo, ¿eh? Cuando él quiso sorprender a su pareja contratando unos días en un complejo en Brasil del tipo All inclusive.
Así que parten hacia allí, sin que Pablo le cuente nada a su enamorada. En el aeropuerto los recibe Gilberto (Mike Amigorena), efusivo y grandilocuente, y de a poco Pablo desconfiará de él, creyendo que tanta amabilidad con Lucía obedece a que sólo la quiere llevar a la cama.
Típica comedia de enredos, en la que una pareja parece querer desestructurarse -en el complejo hay otra pareja lesbiana de la que Lucía más que Pablo se hace amiga-, y el caldo está servido.
Al estilo Un toque de distinción, con Glenda Jackson y George Segal, en el sentido de que todo arranca como comedia y el guiso se va poniendo más denso -de ahí lo de la vuelta de tuerca prefinal, un poco traída de los pelos, pero como es una comedia, todo estaría permitido-.
Sabbagh y Zylberberg son como el motor de la película. Diego y Pablo Levy (Novias madrinas 15 años, Masterplan) encontraron en ellos los intérpretes ideales y aciertan esta vez en el tono, lo que hace llevadera la hora y media de All inclusive.