Lo que hace que este film no caiga (demasiado) en el psicodrama aleccionador son aquellos momentos en los que Reese Witherspoon se mueve sola en el paisaje. Es en esos instantes de pura verdad (verdad cinematográfica) donde todo lo demás –la historia de conductas autodestructivas, la relación compleja con la madre que interpreta, perfecta, Laura Dern– queda concentrado en el movimiento puro, la voluntad pura. La actriz interpreta a una mujer que decide viajar sola, mochila al hombro y sin experiencia, mil kilómetros a pie en terreno montañoso. El motivo está cerca de la automortificación, por cierto, pero en última instancia es la idea de que volver hacia la naturaleza, hacia lo puramente tangible, es una manera de devolvernos a la propia proporción. Cuando el paisaje y el movimiento se hacen cargo de la historia, cuando la actriz solo debe desplazarse, cuando gana la pura imagen, todo crece.