Alma

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Con todos los lugares comunes del género.

El cine chileno viene pisando fuerte en los principales festivales del mundo desde hace casi una década, y en los de la Argentina no ha sido la excepción. Su amplia presencia en el Bafici, coronada con el nombramiento de “País invitado” en 2013, y en el Festival de Mar del Plata, sumado a algún esporádico estreno comercial, permiten seguir el rastro de un abanico de directores que va desde los reputados Sebastián Lelio (El año del tigre, Gloria) y Pablo Larraín (Tony Manero, No, El club) hasta los ultraindies Ernesto Díaz Espinoza (Tráiganme la cabeza de la Mujer Metralleta) y Che Sandoval (Te creís la más linda…(pero erís la más puta), Soy mucho mejor que vos). Sin embargo, se sabe poco y nada sobre la vertiente más popular de aquel cine, esa que se nutre de la tracción de actores reconocidos por los espectadores locales gracias a la TV y géneros fácilmente identificables. La deuda parece saldada, al menos por este año: al lanzamiento hace un par de meses de El bosque de Karadima, de Matías Lira, se le suma Alma, de Diego Rougier, tándem que encabezó la lista de las producciones chilenas más vistas de 2015 con 306 mil y 198 mil espectadores, respectivamente.

Si Lira moldeaba un drama destinado a concientizar sobre una problemática –en este caso, la pedofilia– a través del caso de un conocidísimo cura, la separación de Alma (Javiera Contador) y Fernando (Fernando Larraín) le permite a Rougier, de amplia experiencia en el ámbito televisivo argentino, vampirizar todos y cada uno de los lugares comunes de la comedia romántica en general, y de las de rematrimonio en particular. Lo que no tendría nada de malo, salvo porque lo hace con un nivel de automatismo que con el avance del metraje devendrá en deshilache. El film comienza con el alejamiento transitorio de la pareja después de varias décadas. Ella, pianista, docente y bipolar, lo echa del departamento literalmente con lo puesto. Él, cajero de supermercado y con una inocencia a prueba de todo, terminará instalándose en la casa de un amigo. Amigo que vive, oh casualidad, justo enfrente del ex nidito de amor.

La cercanía servirá en bandeja una serie de enredos de manual: la aparente felación de una compañera de secundario y de la vecina exhibicionista de él –salvo Alma, todas las mujeres son exponentes tardíos de la picaresca de Sofovich: pura teta, seducción crasa y encarnación de deseo–, algunos cruces en fiestas ajenas y la aparición de un tercero en discordia (Nicolás Cabré) dispuesto a quedarse con la protagonista. Por allí también andará el amigo de Fernando enamorado de una mujer policía que, como no podía ser de otra forma en un film subrepticiamente machista, está fortísima y no tiene más de tres o cuatro líneas de diálogo. Coproducción con la Argentina, Alma se trasladará a Buenos Aires. Las situaciones imposibles que atraviesa Fernando durante el viaje –el robo de sus documentos…antes de entrar al país, sus encuentros con dos camioneras lesbianas y unos policías drogones igualitos a los Seth Rogen y Bill Hader en Supercool– y la idea de vestirlo siempre con su uniforme de trabajo marcan el sobrevuelo de un espíritu caricaturesco que sin embargo el film nunca termina de explotar. Por el contrario, la coronación del relato con el desenlace de una subtrama policial marca que Alma es, como su heroína, una película desenfocada.