Alma

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Con un logrado timming y una estructura narrativa cercana a la screwball/slaptick comedy, “Alma” (Chile, 2015) del realizador Diego Rougier, potencia su propuesta a partir de las interpretaciones de la pareja protagónica (Javiera Contador/Fernando Larraín), quienes impregnan de verosímil y naturalidad a sus personajes a pesar del patetismo y looserismo que los conforman.
Alma (Contador) y Fernando (Larraín) atraviesan un momento crítico en su pareja. Si bien ella es ajena a esta “crisis”, detecta de manera sorpresiva el malestar que él siente y que continúa profundizando las diferencias entre ambos.
Ante la expresión verbal en su trabajo de querer dejarla, Alma, confunde el mensaje que su marido expresara públicamente en el supermercado que trabaja.
Allí la primera confusión, una que tiene que ver con el vínculo que ambos poseen, y que en el fondo profundizará los conflictos que se puedan derivar de ésta. Alma echa a Fernando de la casa en la que conviven, por lo que se va a vivir a lo de un amigo.
La segunda confusión es mucho más inherente a la derivación de la primera, y tiene que ver con los nuevos vínculos que ellos establezcan con el sexo opuesto, queriendo y sin queriéndolo, configurando el contexto en el que ambos se relacionarán entre sí.
Pero como esto es comedia, las dos confusiones generan una multiplicidad de microconfusiones, potenciando el gag y el punchline, y también la incorporación, acercándola a un cartoon, de un sinfín de bromas y situaciones inesperadas que no hacen otra cosa más que reforzar el vínculo que poseen entre sí.
Alma es bipolar, y Rougier traza las líneas del personaje con una sencillez y una explicitación, al mismo tiempo, que otorgan a “Alma” de un ritmo vertiginoso, por momentos, y de un dinamismo que la acerca a la sitcom, rubro que el dúo protagónico y el director manejan a la perfección.
La impulsividad e ingenuidad de Alma contrastan con la estructuración de Fernando, y entre ambos, en el límite de sus diferencias, se erige un muro que debe ser demolido para poder analizar el presente de la pareja y volver a reunirse.
En el medio de la discusión, de las idas y venidas, aparece un galán argentino (Nicolás Cabré) que quedará prendido de la espontaneidad con la que Alma se maneja en la vida, y con la que querrá entablar una relación.
Rougier cuenta el relato con una limpia dirección de cámaras, planos simples y bellos y una narración clásica, que le queda como anillo al dedo al relato en general.
“Los bipolares disfrutan doblemente de la vida” dicenn en un momento del filme, afirmación válida para el entrañable personaje central, uno de esos que no se puede olvidar rápidamente y del que queremos todo el tiempo saber más.
El resto de las interpretaciones es correcta, al igual que la puesta en escena y la ambición del director por emular ciertas comedias americanas (la incorporación de trazos gráficos, por ejemplo) en su afán de consolidar su propuesta, que merece ser vista por la frescura con la que se relata y la lograda composición de los personajes.