La docuficción de Cristian Jure utiliza una historia trillada para mostrar la fuerza creativa de un género musical estigmatizado, emergente de una crisis brutal.
Alta cumbia se interna en la profundidad de la crisis del 2001 para mostrar uno de los emergentes artísticos de esa coyuntura: la cumbia villera. Sobre el esqueleto endeble de un relato guionado a partir de elementos relaes (la historia de Martín Doisi, el Fanta: un productor de cine y televisión que queda en la lona durante la crisis y va a vivir a una villa porteña), el filme exhibe entrevistas a los principales creadores del género villero.
La idea de Jure era sostener el carácter inclusivo de la cumbia villera utilizando elementos de otro género masivo, el western. Años después de haberlo estafado, un malo estereotipado, blanco y ventajero va a buscar al Fanta con la intención de producir un documental sobre cumbia villera para la televisión española. Esta es la excusa narrativa que da pie a la pintura de un amplio fresco que incluye a cantantes y poetas del género, a su público y a sus paisajes, simulando anclar la atención del espectador en una doble zanahoria trillada: la seducción cultural de una productora blanca y rubia pero de buen corazón, que empieza odiando los sonidos de la villa.
Es lícito preguntarse si la endeblez de ese planteo no es una forma de subestimación, pero hay que señalar que los méritos principales del filme de Jure descansan en algunas decisiones visuales y en sus aspectos documentales. Usando la superposición de texturas de comic sobre las imágenes (“robándole” esa estética al megaestigmatizador Policías en acción), el filme de Jure consigue presentar una serie de personajes que escapan al pintoresquismo por la fuerza de su creatividad tanto musical como verbal, exponiendo además una conciencia plena de haber modificado el género para contar una realidad dolorosa y compleja a partir de una crisis brutal.
El relato de Ariel Salinas, de Pibes chorros, que tuvo que explicarle hasta el cansancio al mainstream blanco de los medios que el nombre no implicaba la criminalidad de la banda, casi paga la película. A la fuerza de esos testimonios (que apuntan muchas veces al estigma social que pesó sobre el género) hay que agregarle el valor de exhibir la cocina de la composición, la extraña belleza de los sonidos de la cumbia y el colorido a veces procaz de su poesía; además, la circulación alegre por un ámbito que en general es retratado con tristeza.
A pesar de la fragilidad de su trama y su tono ligeramente edulcorado, muy adecuado a la voluntad de homenaje, Alta cumbia hace pasar su más de hora y media con las manos arriba.