La miserable excusa del género infantil
Esta desventura comenzó un día por la mañana en la que, con gran entusiasmo, conté a mi hija de 7 años que iríamos al cine a ver Alvin y las ardillas 3. Su respuesta me dejó helado: “-No quiero, vi la propaganda en la tele, y no me gustó”. Este fue el primer indicio de que las cosas no irían por los canales correctos. Sin embargo, y con gran decisión me dirigí al cine. En la puerta de entrada a la sala, una imagen aterradora: un/a pobre empleado/a vestido de enorme ardilla que, agazapado esperaría hasta el final del film para su estelar aparición. No voy a mentirles, las cosas no pintaban bien. La sala estaba repleta de colegas y de niños; había en el ambiente un olor a pochocho y exceso de Coca Cola que se entremezlaba de un modo grotesco.
De repente se apagaron las luces y la pesadilla comenzó:
Las ardillas y su representante se embarcan en un crucero de lujo con el objeto de asistir a la entrega de premios internacionales de música y al mismo tiempo pasar unas apacibles vacaciones familiares. Sin embargo las travesuras de Alvin los llevará a naufragar a una isla desierta.
El relato presenta una serie de personajes (animados y humanos) groseramente diseñados, sosos, estúpidos y aburridos; situaciones narrativamente gratuitas e inverosímiles (la conversión de los supuestos villanos), gags de un nivel de estupidez insultante. El film lo tiene todo.
Si las bondades de un producto delatan la concepción que el productor tiene del consumidor, evidentemente el departamento de películas infantiles de la Fox piensa que los niños son estúpidos y carecen de criterio estético. Es cierto que todavía existe en algunas personas el miserable prejuicio de que las películas para niños no tienen porqué ser productos de calidad. Hace algunos años se decía, “bueno, es una película para niños, qué esperabas”. Algo semejante ocurre con el concepto de la alimentación para los niños: la buena comida, la más cara y elaborada no es para ellos, ellos se conforman con papas fritas, hamburguesas y salchichas, ¿para qué gastar en ellos el alimento costoso?
Pienso que este preconcepto no sólo es insostenible, sino antipedagógico y peligroso. De hecho, forma parte de una concepción más amplia, aquella que sostiene que si el destinatario es un público de clase no instruida (pobre, o de clase marginal) no es necesario que el producto que consumen sea de calidad, pues no sabrían valorarlo. Contrariamente, yo pienso que la instrucción cinematográfica del niño, como de cualquier sujeto de cualquiera edad, se consigue precisamente ofreciéndoles materiales de calidad.
Ah, me olvidaba… al salir, el empleado disfrazado de ardilla me obsequió un set de lápiz, sacapuntas y regla. A mi hija le gustó.