La isla del tesoro
Las cantantes se pierden de vacaciones.
Si usted está leyendo esta crítica es porque tiene hijos, nietos, sobrinos o primitos que ya le pidieron que los lleve a ver esta película, o por suerte mantiene el alma de un niño a la hora de elegir una salida al cine.
Si es de los primeros, probablemente le hayan contado (o haya visto alguna de las aventuras anteriores) acerca de estas ardillitas parlantes. Si es de los segundos no hace falta que le cuenten nada, porque la trama es lo de menos.
Es que Alvin y las ardillas está estructurada -salvando las diferencias- de manera similar a los dos tanques que se estrenan también hoy, la nueva Misión: Imposible y Las aventuras de Tintín : son escenas concatenadas que tienen, por sí mismas, su propio valor y atracción, sean de acción o de comedia, en el caso centradas en las piruetas de las ardillitas.
Dave (Jason Lee, que sigue incólume en la saga cada dos años) se va de vacaciones, con las ardillitas varones cantores y las ardillitas hembras que se sumaron en la secuela. Todos se suben a un crucero, pero allí Ian, el empresario discográfico que es más malo que Berlusconi, arruinado por culpa de Dave, se gana la vida entreteniendo pasajeros disfrazado de pelícano. Como Alvin no puede parar de hacer de las suyas -o sea, meterse él y a los otros en problemas-, todos terminan en el océano.
Pero como se ve que a nadie le importaba demasiado Dave, las seis ardillitas o el pelícano humano, no les tiran ni un salvavidas, y todos van a parar, por separado, a una isla. Que estaría desierta, pero no. Y en la que -que no se enteren los chicos- hay un viejo tesoro en una gruta.
Al mando de la película está Mike Mitchell, que supo ir de Gigoló por accidente , típico filme para lucimiento excluyente de un protagonista, el comediante Rob Schneider, hasta ponerse sobre los hombros Shrek para siempre , la última aventura del ogro verde. Y ante el consabido prejuicio de a ver qué hicieron ahora con las ardillitas cantantes , habrá que sincerarse y decir que el producto no está mal, no bastardea ni nivela para abajo, que tiene los resortes habituales para que los más pequeños se rían y diviertan. Además de las canciones ardillescas y algún que otro guiño para que usted no se duerma.