Ante la historia que aquí se cuenta (un veinteañero que debe ocuparse de su sobrina, de 7 años, que pierde a la madre en un atentado), el público bien podría esperarse un dramón agobiante o un melodrama a moco tendido. Para su sorpresa, descubre un relato calmo, contenido, respetuoso de los dolores, tal vez demasiado, tanto que parece quedarse en la superficie del drama. De hecho, no profundiza en sus consecuencias, ni emociona sino recién en la escena final. Pero deja un buen recuerdo.
Descubre además a una intérprete promisoria: Isaure Multrier, de 10 años al momento del rodaje. El aturdimiento, los pequeños berrinches, un llanto nocturno, y una escena, la final, jugada en primer plano, donde va pasando por distintas expresiones muy intensas y creíbles, desde el desconsuelo hasta el alivio, esta chica es notable. Hay que anotar el nombre del director, Mikhael Hers, de su coach, Manon Garnier, y su madre, una productora de televisión.
Demasiada exigencia, dirá alguno. Más bravo fue lo de Victoire Thivisol, de apenas 4 años cuando en un personaje similar protagonizó “Ponette”, de Jacques Doillon. En este caso, para no agobiar demasiado a la pequeña Isaure, el papel principal queda a cargo de Vincent Lacoste como el tío joven que debe hacerse cargo de la sobrinita huérfana. Dicho tío, por su parte, a la muerte de la hermana suma la aflicción por una novia pianista herida en la mano y la incomodidad de reencontrarse con una madre abandónica que ni siquiera conoce a su nieta (papel a cargo de Greta Scacchi, ¡cómo pasa el tiempo!). Afortunadamente, todo terminará bastante bien. De paso, el espectador tendrá unas vistas del Bois de Vicennes, Burdeos, Perigoux, muy fugaces, el South Wimbledon camino a la cancha de tenis, y el Tamesis, donde los ingleses esperan ver si asoma de nuevo una ballena (es cierto, hace dos años apareció una beluga).