Amanda es una historia sobre el después. El después de una tragedia, el después de una pérdida, el después de un descubrimiento. Un atentado terrorista en el corazón de París marca para siempre las vidas de Amanda y de su joven tío David (el excelente Vincent Lacoste). Lo que filma Mikhaël Hers no es el hecho sino sus efectos, en la vida de los sobrevivientes, en la dinámica de la ciudad, en la experiencia del tiempo.
Hay una escena que sintetiza la decisión del director. Después del horror que nunca vimos pero entendemos, del desconcierto en la puerta del hospital, de las lágrimas contenidas, David y Amanda (Isaure Multrier) salen a pasear por una París desolada. Se sientan en un banco, dicen las palabras más difíciles, lloran. Las rejas frente a un parque, la figura de un militar en la calle, el vacío que trasciende el espacio e invade el ánimo de los personajes, adquieren una fuerza arrolladora, que no necesita sentencias.
Hers confía su película a los pequeños gestos, abraza la tradición de la comedia humana francesa con calidez y convicción, y modela a sus protagonistas en esa imperceptible conciencia de lo perdido que deja lugar a la reconstrucción. Por ello el guiño a la famosa frase "Elvis ha abandonado el edificio" como signo de un posible final, que la madre de Amanda le enseña entre risas y bailes, reverbera en toda la historia, en sus viajes de encuentro con las deudas del pasado, en sus caminos de regreso a las responsabilidades del futuro.