No hay que equivocarse, tras el engañoso arte de “Amanda” (Francia, 2018), de Mikhaël Hers, donde una niña rubia de ojos claros camina, hay uno de los dramas más profundos que el último cine galés ha producido. En Amanda, si está la niña que da título al film, y que es interpretada de una manera única por la joven Isaure Multrier, pero también está David (Vincent Lacoste), un hombre que transita la vida acomodando a los demás hasta que un hecho fortuito le hace replantearse toda su existencia.
Debiendo hacerse cargo de su sobrina Amanda, el vínculo entre ambos, otrora fuerte e irresistible, deberá afrontar ahora el dolor de aquello que ya no es, y que debe ser de una manera muy diferente a la que cada uno imaginó que sería su presente y futuro con el otro.
Ambos personajes, delineados de una manera precisa, hasta el más mínimo detalle, comenzarán a jugar con el resto del cast, un elenco que permite el lucimiento de sus protagonistas, pero que también pide pista para que cada intérprete tenga su destaque dentro de la narración.
En “Amanda” la ciudad es el tercer protagonista, con espacios en los que el vínculo entre David y Amanda comienzan a cobrar otro sentido para ambos.
El exterior, aquel que ha quitado algo de los dos, es el cambo de contienda para sus deseos, para sus recuerdos, los que,ahora en soledad, imposibilitan una conexión instantánea y necesaria entre ellos. Hers disfruta de filmar al trío, niña/hombre/ciudad, y a diferencia de otras producciones, en las que el límite del mundo público bien puede afectar la sinergia y amalgama con los actores, aquí expande hacia lugares impensados la continuidad de la historia.
Si por ejemplo, recurren a un espacio en el que el sonido está por encima de los diálogos que se dicen, la hábil decisión de hacer de esto un recurso narrativo más, permiten que el espectador se introduzca de lleno en ese universo de verdad y actualidad.
En la verdad que se transmite sin estridencias por parte de los protagonistas, en llantos espontáneos que resuenan en las palabras de aquellos que se acercan a la dupla para ayudarlos en atravesar el momento, en la simpleza de mostrar cómo comparten desayunos y caminatas, el arco dramático refuerza la sensibilidad con la que se muestra a los personajes.
“Amanda” es la historia de cuerpos y sujetos que se desestabilizan por situaciones inesperadas, y que ante esa sorpresa, deciden avanzar acompañándose a pesar que ni uno ni el otro sepa muy bien qué hacer a partir de ahora con sus rutinas, ausencias, dolores y amor.
Lacoste y Multrier le sacan jugo a sus roles, sin estridencias y entendiendo que en la simpleza de gestos y articulaciones se puede configurar muchísimo más que en actuaciones exageradas cargadas de eufemismos y estridencias.