La segunda película del realizador Martín Viaggio (“A quién llamarías”) parte de una premisa interesante, aunque ya vista con anterioridad, que mezcla dos planos narrativos para configurar una estructura discursiva a modo de racconto de hechos que determinan el presente del protagonista.
Diego (Guillermo Pfening) es un escritor que ve cómo tras ser abandonado por la mujer que da título al film su vida cambia para siempre. Desmenuzando los avatares que lo ubicaron en ese lugar comenzará a escribir una historia en capítulos que marcarán el pulso narrativo de la película.
El recuperar el amor de Carolina, o el encontrar en otros brazos el sosiego necesario para seguir adelante, son tan solo dos de los caminos viables para que el escritor pueda superar el momento de angustia y soledad en el que se encuentra.
sí, dividiendo la historia en capítulos, e incluyendo trazos gráficos y elementos literarios a la propuesta, “Amando a Carolina” intenta romper moldes y esquemas que han configurado, al menos en los últimos 20 años, la identidad y búsqueda amorosa de los espectadores.
A contracorriente de las rom com, trazando un camino completamente diferente, Viaggio, quien también es autor del guion, erradica prejuicios y esquemas para consolidar con recursos novedosos el relato del amor y el desamor, de la falta de objetividad ante la separación y del inicio de nuevas vinculaciones para despegarse de aquello que ya no se tiene.
En el camino se pierde en su propio laberinto, principalmente porque la mayoría de aquellos recursos novedosos mencionados anteriormente son sólo artificios que en la totalidad de la trama se pierden ante la monotonía, por ejemplo, de la narración en off.
La voz en off es un soporte en algunos casos que bien podría funcionar cuando directamente con imágenes o acciones de los protagonistas no se pueden traducir, por ejemplo, pensamientos o sensaciones. Pero aquí se la utiliza todo el tiempo, obstaculizando así la fluidez natural de la propuesta, a la que se le agregan algunos vistosos elementos escénicos, dado que una gran parte del relato transcurre en Brasil, lugar al que Carolina decide ir para descubrir su verdadero amor.
La solvencia de Pfening realza en todo momento el anodino devenir para los personajes, que aún justificando las idas y venidas entre el escritor y las mujeres, las que lo dejaron, las que quieren estar con él, las que él no deja que estén, potencia la narración en muchas escenas desconectadas del hilo principal.
Si se deja de lado la voz en off, las lagunas y retrocesos de la progresión, la recurrencia de la palabra escrita como impulsor del relato, y se presta atención a algunas situaciones mejor resueltas durante la primera parte, “Amando a Carolina” es una fresca renovación de la comedia romántica de esta región.
Lamentablemente las fallas en cuanto a drama, conflicto y, principalmente, la falta de carisma del elenco femenino, resienten la totalidad de la obra, la que, con una mejor resolución y facturación, podría haber sentado un agradable precedente en la búsqueda de nuevas narrativas.