El sur de Florianópolis es un lugar mágico. Muchos argentinos prefieren el norte de la isla, donde las playas están atestadas por sus compatriotas, el mar es cálido y casi no se escucha el portugués. Otros más afortunados deciden lanzarse a la aventura y conocer los pequeños pueblos pesqueros, donde el idioma es más cerrado y las playas más tranquilas, donde la isla se vuelve Brasil: Armação y sus rincones secretos, Ribeirão da Ilha y su belleza colonial, Pantano do sul y su típica postal de botes coloridos que uno puede disfrutar desde el clásico bar de Arantes. Este último será el sitio que oficiará de detonante principal en la película de Martín Viaggio, guionista, director y productor de Amando a Carolina. El segundo largometraje de Viaggio nos lleva a descubrir tales lugares, dejando la sensación de que su intención primera fue hacer una película que tuviese relación con esta zona poco conocida y muy cercana del país vecino, pese a no ser ese el objetivo principal de la ficción en sí.
Como su título lo indica, Amando a Carolina es una obra que, sin descanso, hace referencia al amor no correspondido que siente el personaje principal por la mujer de ese nombre, con toda la desilusión que trae aparejada esta constante y que la aleja de ser una comedia romántica para desembocar en un drama sencillo, asentado en dicha obsesión. La película se basa en la (auto) reflexión que experimenta Diego (Guillermo Pfening) sobre su enamoramiento con una brasilera que conoce en la calle, Carolina (Bela Carrijo), a quien solo lo une una relación de amistad. La historia es contada a través del libro que irá escribiendo, cuyo título es el del film. El relato nos hará recorrer el sufrimiento y la apatía de su protagonista en el intento por olvidar, conquistar, reemplazar o descubrir a Carolina. La película está dividida en los mismos capítulos que el libro, del cual sabemos, por las varias prolepsis que adelantan su suerte, que será un best seller internacional; al menos es lo que Martín Viaggio se encarga de señalarnos durante todo el film: de qué manera se interesa y se conmueve la gente al leer esta historia, que al menos en su versión filmada, mucho no emociona.
Como base de la trama tenemos la actuación de Guillermo Pfening, quien lleva la película de forma amena, amén de la monotonía de su personaje y de la somnolencia que su constante voz en off agrega. Hay una búsqueda formal apenas comenzada la ficción, en sus primeras imágenes, pero esta queda inconclusa en el transcurso de los capítulos. El guión literario, quizá, haya condenado la puesta en escena, que se destaca por su buena fotografía y dirección de arte, pero que no sorprende ni hace guiño acompañante alguno. Su mayor virtud es el juego con las estructuras narrativas, proponiendo un relato anacrónico, que no le da servida la historia al espectador sino que deja cabos sueltos. Así, observamos capítulos colgados en los cuales aparecen ciertos personajes sin sustento en la historia, tramas que empiezan y terminan sin relevancia, y otras que quedan pendientes, en el olvido, sin desarrollar.
Amando a Carolina es una buena forma de acercarse a las playas del sur de Florianópolis. Gracias a la buena intención técnica podemos disfrutar de las imágenes, aunque el aporte cinematográfico es escaso. El resultado, en definitiva, es otra historia que habla del amor de forma episódica y redundante, desde un punto de vista que por momentos se vuelve polémico y que evita a toda costa la humildad.