Crepúsculo y sus continuaciones deben conformar la saga más insípida producida por la historia del cine. Basados en novelas de la astuta autora Stephenie Meyer, y aún con algunos toques imaginativos dentro de la frecuentada mitología vampírica, el conjunto de cuatro films nunca lograron remontar su propuesta, pálida como la piel de sus protagonistas. Dirigida fundamentalmente a jóvenes preadolescentes, con una estirada trama que combina
peripecias de chupasangres y licántropos con un lánguido y telenovelesco romanticismo, la saga llega a su clausura con un film dividido en dos partes.
Siempre encarnados por chicos y chicas modernos, atildados, bellos y fashion, con escasas dotes actorales y expresivas, estos vampiros y hombres lobo presentan una casi imperceptible monstruosidad, un detalle menor dentro de las alternativas de la historia. Quizás esta última parte, incluyendo Amanecer parte 1, contenga mayores ingredientes de terror y aventura. Se podría mencionar el final de la primera parte, que muestra un inquietante embarazo de la heroína Bella, con algún toque de Alien, y el remate de este segmento definitivo, que muestra un enfrentamiento final con cierta épica y violencia desusada. Este desenlace guarda una sorpresa, que apela a un recurso empleado asimismo por Oliver Stone en su reciente Salvajes. Sea como fuere, hay cierto nervio y espectáculo en ese final, dentro de una película que en general no conmueve demasiado.
Esto no ocurrirá con los abundantes fans de la saga, que con seguridad disfrutarán intensamente de este cierre crepuscular. Bill Condon, director de la excelente Dioses y monstruos y de la rítmica y atrayente Dreamgierls, no alcanza ni por asomo esa calidad expresiva con Amanecer Parte 2, pero sin dudas que conformará a los seguidores y habrá acumulado recursos para futuras obras más personales. El formidable histrionismo de Michael Sheen se destaca claramente dentro de la pobreza interpretativa.