Bueno, digamos que esta, por ser la última película y porque ya no se puede seguir “robando” con la adolescencia como foco de los amores teen, es la mejor película de esta serie desvaída. Finalmente Bella es una vampiro -ya lo saben-, tiene una hija mestiza vamp-humano que se vuelve rápidamente “grande”, Edward es un padre responsable y Jacob se transformará en una especie de ángel de la guarda. Digamos que no hay nada imprevisible y, como corresponde a cualquier historia melodramática de estos tiempos, todo termina a épicas trompadas. Lo bueno de esta película es que, a la larga, la insistencia en construir el mundo de la saga nos hace a los personajes simpáticos, aunque dificilmente icónicos. El vampirismo y la licantropía no son ni metáforas ni símbolos, simplemente son mecanismos de la trama; lo que importa en todo caso es qué pasa con esa familia muy normal que conforman estos seres fabulosos. Quién sabe: quizás cuando pasen otros veinte años, Edward, Bella y Jacob cambien sus nombres por Homero, Morticia y Lucas. No se puede pedir -ni se busca- originalidad o emociones fuertes, y en ocasiones el suspenso cuasi terrorífico que proveen ciertos personajes atados a la mitología del miedo, funciona bien. En otras, la cámara se dedica al paneo publicitario sobre los rostros o pectorales de sus protagonistas. Pero está bien, hay un público (creciente) que adora esta saga y busca eso. Y la película es generosa, lo que dista de ser algo malo.