El fin de la saga vampiteen
Finalmente y ante la histeria reinante entre sus seguidores en todo el mundo, la saga Crepúsculo ha llegado a su fin en la pantalla grande y por más cómodo que resulte pegarle y aniquilar con disección de cirujano a este engendro cinematográfico es necesario también ver las particularidades que este producto nos presenta.
La saga posee un público fiel que va al encuentro sabiendo lo que va a consumir, recordando los diálogos casi de memoria y esperando ver cómo fue adaptada la obra literaria a la gran pantalla (en este caso nuevamente por el director Bill Condon). Sobre esa base, el verdadero desafío para el realizador es principalmente narrar con maestría, gusto estético y oficio.
La historia en este caso continúa a su predecesora y nos cuenta la transformación de la joven Bella en un vampiro neófito con poderes sobrenaturales y tal vez aquí también comience la mayor falla de la historia: su falta de desarrollo.
El fan de la saga ha esperado este momento por años. Bella lo deseó; Jacob lo temió y Edward trató de evitarlo. La conversión de la adolescente en vampiro y sus primeros pasos como tal eran un evento importantísimo para el desarrollo de la historia. Sin embargo, es mostrado con una superficialidad que impresiona: la pulsión por la sangre y su saciedad son apenas repasados en el film.
Luego, todo será armonía, Bella junto con su marido y su nueva bebe (Renesmee) conforman una feliz familia, donde Jacob ocupa un papel importante dado que se ha imprimado en la hija de ambos (desapareciendo así también el triangulo amoroso entre Bella - Edward - Jacob). Otro elemento de difícil desarrollo desde lo visual era precisamente la personificación de Renesmee, la niña que es un hibrido entre vampiro y ser humano, posee expresiones faciales que no son propias a la edad cronológica. Justamente por eso la escritora tenía serios reparos en la posibilidad que la realización cinematográfica de un bebé por ordenador fuera creíble.
Su preocupación no era antojadiza porque basta con ver el resultado final que es pésimo.
La base del conflicto en esta última entrega detona cuando llega a los oídos de los Vulturi (ese antiquísimo cuerpo colegiado de vampiros erigidos en una especie de corte suprema, tracción a sangre) la existencia de una supuesta niña inmortal, lo cual está terminantemente prohibido por lo que se movilizan hasta donde habitan los Cullen para dar muerte a la pequeña y castigar a sus irresponsables progenitores. Así, la única solución posible para la subsistencia de la niña será el recoger testimonios de diversos vampiros del mundo que puedan dar fe sobre el carácter hibrido de la niña y de esta manera evitar la matanza. En eso constará la aventura –por así decirlo- de esta entrega final, sazonada con escenas de sexo, claramente morigeradas por el espíritu mormón de su creadora que harán preferir a los fans aquellas épocas de no consumación carnal que otrora atravesaban los protagonistas en las anteriores entregas de la saga.
Tal vez esta última entrega sea la más decepcionante de todas porque no cuenta con la fuerza motora de las anteriores: el anhelo, el palpitante deseo insatisfecho que caracteriza a la adolescencia, el eterno impulso que se retroalimenta en su propia no concreción.
No esperábamos mucho más de unos vampiros que son seres sociales, que viven de día, concurren a la prepa y tienen el suficiente control como para no morder a ningún humano, pero aún así creo que el fan promedio se merecía un producto cinematográfico mucho más digno que éste.
Los vampiros que toman sangre con sorbete han cerrado su saga, y como producto cinematográfico poco han dejado, sin embargo como suceso sociológico nos debe llamar a la reflexión para preguntarnos cómo un interesante planteo de marketing puede convertir a un producto destinado al fracaso en un boom de ventas tanto literaria como cinematográfica.