De “Gigoló americano”, sólo lo peor.
Hoy toda una celebridad hollywoodense, antes de serlo Ashton Kutcher empezó haciendo de grandote lelo en la muy buena sitcom That ’70s Show. A mediados de la década en curso se hizo archifamoso. ¿Cómo lo logró? Muy sencillo. Casado con Demi Moore, a poco de contraer matrimonio, Kutch (así lo llaman sus amigos, o sea el mundo entero) acrecentó la envidia ajena, blogueando en detalle sus maratones sexuales matrimoniales con la sexy más gélida del mundo. Poco tiempo más tarde, el muchacho devino uno de los más reconocidos twitteros, minicontando, desde adentro, cómo es ser... una celebridad hollywoodense. Producida por él mismo, Amante a domicilio es como un apéndice de sus blogueos y twitteos. En ella hace de lo que él mismo se ocupó de hacer creer que es: el sex toy con el que todas (¿todos?) quisieran jugar. Eso, en la primera parte. Después viene el castigo, como la moral del Hollywood Concentration Camp dictamina que debe ser.
“Esta casa fue de Peter Bogdanovich”, le dice Samantha (Anne Heche) a Nikki (Kutcher) al introducirlo por primera vez en su palacio de las colinas, algo así como un Le Corbusier de Los Angeles. Ese comentario tal vez represente la mayor relación con el cine que guarda la película dirigida por el británico David Mackenzie, contratado porque hace unos años dirigió la muy parecida Young Adam. Amante a domicilio es, básicamente, American Gigolo, por lo que la película de Paul Schrader tenía de peor (el furibundo moralismo protestante del realizador), pero no lo mejor (el denso aire de viscosidad paranoica que ese puritanismo generaba). A ello le agrega dislates de propio cuño. Como que el gigoló, capaz de vivirse a las mayores ricachonas de la Costa Oeste, no tenga casa... ¡ni auto! ¡En Los Angeles! ¡Donde hasta los homeless andan en Fords y Suzukis!
En la primera parte, Kutcher se hace el dandy luciendo una colección entera de echarpes y tiradores, ensaya reiteradamente un ronroneo vocal como de Marilyn masculino, camina como Travolta en Fiebre de sábado por la noche y le pone cada dos escenas la hache a Heche. Lo hace en el living, la terraza, la antecocina y a veces hasta en la cama. Hasta que Samantha lo descubre con las manos en la masa (de otra) y lo patea. Ocasión ideal para que el deprimido winner conozca a una camarera (la latina Margarita Levieva, casi tan camelera como el propio Kutcher) que le hará probar de su propia medicina. Para que aprenda y se arrepienta, se remuerda, se autoflagele, abjure para siempre de lo que alguna vez fue. En el final un escuerzo se devora una ratita, con la más cruel y simbólica lentitud del mundo.