La actual industria hollywoodwnse no da pie con bola cuando se propone encarar el género de comedia: a los guionistas se les agotaron las baterías de la imaginación y el ingenio; los productores no tienen idea de dónde están parados; los realizadores navegan al garete por un océano que les es desconocido y sin brújula; los intérpretes, mientras esperan a un productor con visión de comedia, una historia interesante (aunque no sea original), personajes sólidamente estructurados dentro de las mecánica que propone el género, y un realizador con buen oficio e ingenio para traducir en audiovisual el proyecto y con idoneidad para dirigirlos, hacen lo que pueden librados a su propia suerte.
Todas estas apreciaciones se deducen después de asistir a las exhibiciones de los títulos de esa procedencia que hemos conocido en los últimos tiempos. ¿O es que el espectador estadounidense –a quienes van destinadas prioritariamente estas producciones- sufre un serio bajón de exigencia respecto de la cinematografía que consume?
“Amante por accidente” ratifica esas observaciones e interrogante, al menos entre los espectadores argentinos.
La historia, elaborada sin un riguroso análisis, es trillada: A los 40 años, una hermosa mujer (Catherine Zeta-Jones) descubre que su marido la engaña y ella se muda a Nueva York para emprender una nueva vida. Allí conoce circunstancialmente a un joven 25 años (Justin Bartha). Una serie de hechos los llevan a establece vínculos, primero de trabajo, para derivar luego...Buenos, usted lo puede completar sin problemas.
La realización sólo aporta un trabajo rutinario rayano con el aburrimiento, pese al esfuerzo de los protagonistas, notorio en algunas escenas. Pero es demasiado poco para que logre siquiera diseñar una sonrisa en los rostros del público, o en su condición de comedia romántica, conseguir un suspiro en las féminas que comparten la proyección.