Una segunda oportunidad
Catherine Zeta-Jones encuentra un novio sin buscarlo.
La fórmula de Amante accidental no puede ser más antigua y, en manos de Bart Freundlich -un cineasta que parecía tener un futuro promisorio pero que, además de ser el marido de Julianne Moore, no ha hecho gran cosa con su carrera desde aquella inicial El mito de las huellas digitales, de 1997- tampoco es transformada en nada demasiado nuevo, sustancioso u original. Pero acaso gracias al carisma de sus protagonistas, una comedia como Amante... puede resultar en un amable pasatiempo de fin de semana. Pero no más que eso.
La siempre bella Catherine Zeta-Jones (que está necesitando alguna película que la empuje a retomar la buena senda de su adormecida carrera) encarna a Sandy, una aparentemente feliz mujer casada y con dos niños que un día descubre casualmente -en el fondo de un video casero- a su marido siéndole infiel con una mujer. Al segundo, Sandy y sus niños están yéndose hacia Nueva York con la idea de iniciar una nueva vida allí.
En plan de conectar con "el hombre indicado", Sandy tiene varias citas con una serie de tipos impresentables mientras deja a sus chicos al cuidado de Aram (Justin Bartha, el novio que desaparece en la despedida de solteros de ¿Qué pasó ayer?), el veinteañero que atiende el café de abajo de su casa y que tiene un aspecto más bien tímido e inofensivo. Tan inofensivo es, que se presta a ser punching bag de una curiosa terapia de descarga para mujeres divorciadas a la que, caramba, también va la enojada Sandy.
Es claro que, pese a la diferencia de edad y de universos, la bella y madura Sandy pronto empezará a mirar a Aram de otra manera, especialmente a partir de la relación que él tiene con sus hijos. Y él, lo mismo. Pero no será demasiado sencillo conciliar ambos mundos, por lo que el filme de Freundlich deparará algunas sorpresitas para su segunda mitad.
Es claro que a Freundlich (que también hizo Parejas y dirigió varios capítulos de la serie Californication) no le sobra talento para la comedia romántica. Digamos que apenas cumple con su trabajo de llevar el guión a destino y entrega el comando del asunto a sus actores, quienes son los que sacan a flote el filme, no debido necesariamente a su talento sino a su carisma.
Catherine Zeta-Jones, encarnando una variante de la mujer madura que intenta conciliar trabajo e hijos. Y Justin Bartha como el eterno adolescente judío, con padres bastante metidos (su papá es Art Garfunkel... el de Simon & Garfunkel) y un casi masoquista gusto por la permanente humillación cotidiana.
Amante accidental funciona de a ratos (algunos pequeños momentos entre ambos protagonistas y la simpatía de los chicos de Sandy son más interesantes que las supuestas situaciones cómicas) y, finalmente, no es otra cosa que la prueba de que una estrella de cine como lo es Zeta-Jones (Bartha no lo era al hacer esta película, rodada antes de ¿Qué pasó ayer? y al día de hoy todavía no estrenada en los Estados Unidos) puede darle cierto impulso a un filme que, de otra manera, no lo tendría. Lo suyo es pura presencia.