A los 70 años, Philippe Garrel es, junto a Woody Allen, Hong Sang-soo y tal vez Clint Eastwood, uno de los pocos cineastas en el mundo que hace lo que muchos de sus colegas quisieran: filmar casi sin solución de continuidad. Garrel es también, junto a sus connacionales Jean-Luc Godard, Agnès Varda y el propio Allen, uno de los realizadores en actividad con una filmografía extendida en el tiempo. Si dejamos de lado su corto Les Enfants Desaccordés, que filmó a la insólita edad de 16 años (este dato entra directamente para el Guinness), y contamos solo los largos, advertimos que el primero lo rodó en 1967, a la edad no menos insólita de 19 años. Viene de cumplir, entonces, sus primeros cincuenta años como realizador, faena no tan conocida fuera de su país. Su treintena de largos, su obra en pleno desarrollo, constituye uno de los bloques más consistentes e inconfundibles del cine contemporáneo, tal como pudo comprobarse hace unos días en la vigésima edición del Bafici, que programó la más voluminosa retrospectiva de sus films vista hasta ahora en Argentina (catorce películas, entre largos, medios y cortos).
Artista resuelto a seguir una y otra vez sus propios caminos, aunque éstos no coincidan en absoluto con los de sus contemporáneos, Garrel -hijo del actor Maurice, padre de los actores Louis y Esther, hermano del célebre productor Thierry Garrel, especializado en documentales y cine de arte desde los años 70- sigue filmando casi todas sus películas en blanco y negro, tal como en sus inicios. Garrel es la clase de cineasta que se comporta como un escritor, y no de best sellers precisamente, en el sentido de contar solo las historias que le interesan. Como Hong Sang-soo, estas historias suelen tener que ver con su vida personal, y esto es así desde que en los años 70 filmó varias películas protagonizadas por su mujer de ese momento, no otra que Nico, la mítica cantante de Velvet Underground. Tras el suicidio de esta fueron varias sus películas que trataron el tema, así como son frecuentes los films en los que aparecen personajes que son cineastas o figuras equivalentes. Garrel es, entre otras cosas, un sobreviviente de la París del 68 (filmó Actua 1, que Godard considera el mejor corto documental sobre los episodios de mayo, y más recientemente Los amantes regulares, sobre esos mismos episodios), así como es un sobreviviente de los tiempos de sexo, droga y rock and roll, tanto como pueden serlo Keith Richards, Pete Townsend o Brian Wilson. Aunque, por suerte para él, tiene la cabeza mucho más en su lugar que este último, que la pasó mucho peor.
Siempre en blanco y negro, su película más reciente, Amantes por un día (parte de la retro del Bafici) es un Garrel auténtico. O sea: una película sobre relaciones humanas y sobre todo amorosas, que transcurre en París y está protagonizada por personajes de clase media, que oscilan entre el arte, la bohemia y la intelectualidad. En este caso Gilles, profesor de filosofía (Éric Caravaca), que tiene una relación con su alumna Ariane (Louise Chevillotte) y acoge en su casa a su hija Jeanne (Esther Garrel), a quien su novio acaba de echar de la suya. Y punto. En términos de lo que suele llamarse trama eso es todo, pues a Garrel no le interesa echar sobre el relato ninguna red de acontecimientos que no sea generada por la propia lógica de los personajes. Eso es lo que trata en Amantes por un día, como en todos sus trabajos: las relaciones entre los personajes (cambiantes, intensas, esenciales).
Lo de “cambiantes” queda bien claro en la estructura misma de la película (que casi no haya trama no quiere decir que no haya estructura), donde uno de los personajes consuela al comienzo a otro que está absolutamente desconsolado (y que quiere suicidarse, como tantos otros en la obra del autor), mientras que en el final la situación se invierte de modo matemático. Aunque las películas de Garrel, y ésta no es la excepción, tienen un aire improvisatorio -tanto por la libertad con que los personajes atraviesan la historia como por la sensación que dejan sus acciones y diálogos- desde comienzos de los 90 el realizador las coescribe sistemáticamente junto a un par o más de colaboradores. Como en la previa A L’Ombre des Femmes, para Amantes por un día Garrel convocó a quien tal vez sea el guionista más famoso del mundo, Jean-Claude Carrière, que supo trabajar a las órdenes de Luis Buñuel, Roman Polanski y Nagisa Oshima.
En el cine del autor, cuestiones como el trabajo, la rutina, las propias escenas de transición, importan poco. Lo que importa son los amores, los dolores, las pasiones, los celos, los polvos incluso, como bien ejemplifica Amantes por un día, que prácticamente comienza con una larga escena de sexo de apuro, en un baño, e incluye más tarde una escena que le hace eco, con otro protagonista masculino. Desde ya que no hay el menor ánimo de explotación, sensacionalismo o excitación de la platea en el sexo según Garrel. No se trata de eso sino de incorporar el sexo como parte de la vida cotidiana. Lo que sí hay en su cine, desde los comienzos hasta hoy, es un desfile de chicas hermosas (y también a veces de chicos hermosos, teniendo en cuenta que Louis Garrel aparece en varias), sin duda una tradición en el cine francés. Garrel , uno de los cineastas más heterosexuales del cine contemporáneo (otra vez junto con Hong Sang-soo y, sí, Woody Allen, aunque sin su costado viejo verde), hereda esta característica de su admirado Godard, y también de Truffaut, cuyas obras son entre otras cosas -en el caso de Godard, durante los años 60; en el de Truffaut hasta su muerte- verdaderos cantos a la belleza femenina.
En Amantes por un día esta rendición ante la mujer bella se hace evidente por una simple cuestión de tamaño de planos: Garrel filma a Caravaca y su hija Esther en planos medios, mientras que a la bella pecosa Chevillotte le dedica una buena cantidad de primeros planos, que recuerdan sobre todo los de Vivir su vida, no casualmente una de sus películas favoritas. Otra tradición francesa que recoge Amantes por un día (pero esta trasciende el cine y se remonta hasta la literatura) es la del amour fou o amor loco, que abunda tan poco en las prudentes, calculadas, cuasi robóticas relaciones amorosas contemporáneas (nos referimos a las del cine o la literatura, nadie vaya a pensar que tenemos tan mala opinión de las de la vida real). Aquí, a falta de un amor loco hay dos, y ambos están a cargo de mujeres (toda una opinión del autor en cuestión de géneros). Se trata de las dos protagonistas: Jeanne, que irrumpe en la película con una angustiante crisis por causa de su novio, y Ariane, que parece mucho más cool y sin embargo es igualmente hot.
Fotografiada por el legendario Renato Berta, que tuvo a su cargo la iluminación de varias películas de Manoel de Oliveira -aparte de Godard, Alain Resnais y los suizos Claude Goretta y Alain Tanner, entre muchos otros- en Amantes por un día las relaciones y las cosas (los personajes están muy poco aferrados a ellas en el cine de Garrel) son provisorias y cambiantes. Pero no pasajeras. Muy por el contrario, dejan en esas criaturas una huella tan intensa como la de una marca a fuego.