En Amantes por un día, el director francés Philippe Garrel continúa buceando en las relaciones de pareja como en sus dos películas anteriores, y completa una trilogía única sobre el amor y la fidelidad.
Una alumna se escapa del aula y se queda esperando en un pasillo. Un profesor se encuentra con la alumna y se van al baño a amarse. Jeanne llega llorando a casa de su padre después de cortar con su novio. El padre es Gilles, el profesor, quien vive con Ariane, la alumna mucho más joven que él. Así empieza Amantes por un día, la nueva película de Philippe Garrel, algo así como una leyenda viva del cine francés.
Ariane y Jeanne tienen la misma edad (23 años), y la convivencia entre los tres da inicio a uno de esos típicos tríos garreleanos que ponen sobre el tapete el tema de la infidelidad. En este caso, la película cierra lo que sería la trilogía en blanco y negro y de corta duración integrada además por La jalousie y A la sombra de las mujeres.
Ninguna de las tres películas supera los 80 minutos y todas están rodadas en poco tiempo, como si hubieran sido concebidas en una sola escena larga; tres historias que se explayan sobre el amor y las relaciones de pareja, y todo en un tono espontáneo, natural, con una sencillez que sólo pueden alcanzar los viejos sabios como Garrel.
“¿Qué es la fidelidad?”, le pregunta Jeanne a su padre. “Nadie lo sabrá nunca”, le responde. No sería descabellado pensar que el profesor de filosofía es el alter ego de Garrel, uno de los primeros hijos de la Nouvelle vague, sobreviviente del Mayo del ‘68, de las drogas, de la tortura con electroshocks. Garrel es un director que pertenece a una generación devastada por el fracaso de la revolución, pero que aún tiene algunas cosas para decir, y con un optimismo propio de los titanes de la vida.
Sus últimas películas son una apuesta por el futuro y los buenos sentimientos, como si en sus años maduros lo único que le interesara fuera el amor y el mundo de los jóvenes, y como si lo único que deseara fuera la reconciliación con ese pasado traumático para soportar el presente.
Amantes por un día es una película de un clasicismo diáfano, que cuenta una historia simple, en cuya pequeñez reside, justamente, toda su grandeza. La sencillez hace más claro el optimismo del director en las nuevas generaciones (los hijos son la esperanza) y su fe en el amor, lo único que nos puede salvar.
La cita es impostergable, y sería una imprudencia y una falta de respeto calificarla con menos de cuatro estrellas. El gran director francés es un alquimista de los estados de ánimo, un maestro de las sutilezas y los detalles, un grande del cine de todos los tiempos. Garrel sigue vigente.