Amapola

Crítica de Emiliano Basile - EscribiendoCine

Un cuento estético

“Amapola (2014) debe ser entendida como un cuento” dijo Eugenio Zanetti en las tantas notas que dio para promocionar su primera película como director, y cuanta razón tiene. El tratamiento visual del film tiene ese aire onírico de los cuentos de hadas, recreando escenarios y temporalidades que exceden cualquier relación con la realidad. Sin embargo, la película comete un par de pecados que traicionan sus intenciones.

Amapola es la historia de una niña del mismo nombre, que vive en el Delta (el Tigre) con su familia de artistas en el Gran Hotel Amapola en 1952. En ese palacio, aislado de la realidad, los conflictos sociales pasan por arriba –literalmente- mientras que la historia se centra en la relación amorosa de Ama (pola) (Camilla Belle) con el extranjero Luke (François Arnaud) que llega a la isla en el año 1966. El relato da otro salto temporal al oscuro –también literalmente- 1982. Pero como en los cuentos de hadas el destino podrá torcerse y habrá posibilidad de segundas oportunidades.

La dirección de fotografía de Ueli Steiger le da una luminosidad especial al momento de felicidad de la familia, donde la alegría más allá de alguna pena pasajera invade al bohemio grupo de artistas. Ellos representan la obra de teatro Sueño de una noche de verano de William Shakespeare, que denota con los acontecimientos transcurridos. Pero la representación también estará presente en otros elementos a nivel semántico de la historia: las obras de arte esbozadas en las paredes, pinturas en cuadros o coreográficos bailes; se suceden en el fondo del plano para graficar relaciones pasionales entre los personajes.

Pero Eugenio Zanetti, ganador de un Oscar por la Dirección de Arte de Restauración (Restoration, 1995), comete el error del "operaprimista": quiere abarcar demasiado, se torna ambicioso y pierde así las riendas de la narración. Primero, las marcas temporales con hechos históricos de la Argentina (la muerte de Eva Perón, el golpe militar que derroca a Illia y la guerra de Malvinas), son más un dato de color -en todo sentido- que un aporte dramático al relato: ¿Si es un cuento de hadas cuál es la necesidad de relacionar la historia con la realidad? En segundo lugar, tanto el innumerable desfile de actores reconocibles como el fastuoso despliegue escenográfico (donde Zanetti demuestra mayor dominio) vislumbran visualmente pero tampoco suman a lo narrado.

Al comienzo del film hay hechos conflictivos pero no hay un problema claro que articule la narración. Recién en la segunda mitad de la película cuando el componente fantástico se ponga definitivamente de manifiesto (la historia dentro de la historia), se hará visible el punto de giro que guíe al argumento con fluidez hasta el desenlace.

Amapola es una película despareja. Una mega producción preciosista en cuanto despliegue escenográfico y virtuosismo escénico (sobre todo por el presupuesto medio de una producción nacional), donde Zanetti expresa su maestría para recrear monumentales decorados, majestuosos vestuarios y un uso polisémico de la imagen. La prioridad por contar una historia, que hace a la fábula, quedará para otra película.