Sueño permanente y ruinas circulares; ópera en decadencia y aires circenses son las cualidades que presenta Amapola, un filme coral en donde la protagonista es la excelente fotografía. Mezcla de sueño y realidad, el Hotel ubicado en una isla anónima es el impreciso espacio geográfico donde ocurre el drama de una familia de artistas.
Ama (Camila Belle) es una viajera del tiempo que, sin saber que posee ese don, afronta su destino sin temor al fracaso o al dolor. En su periplo casi mágico o irreal su objetivo es encontrar el amor verdadero. Y es en ese momento cuando por obra de la causalidad aparece Luke (François Arnaud). Un chico muy guapo que sin rumbo ni destino brota del río como la ofrenda que alguna vez Ama le pidió al agua en su infancia.
De estructura envolvente, lo que la película pretende transmitir es una constante sensación de reminiscencia. La cual intenta evocar a través de movimientos de cámara circulares o personajes, que en el rol de voces autorizadas de la ciencia cuentan (en un tono híper maniqueo) cómo es posible vivir en dos tiempos y espacios distintos al mismo tiempo.
Ante la presencia de tanto elenco estelar, las actuaciones quedan desdibujadas, como por ejemplo el papel de Meme (Geraldine Chaplin) quien, con suerte, aparece siete minutos a lo largo de toda la cinta. Se entiende que aunque aparezca en escena tan poco tiempo su rol es vital para el funcionamiento de la trama aún en su ausencia. Pero la realidad es que, muchas veces, la película quiere sostenerse en su figura pero no logra alcanzar un buen resultado.
Lo más destacado es la composición pictórica de los planos que recuerdan el pasado dedicado a las artes visuales de Eugenio Zanetti, quien no duda en declarar que su opera prima es una “obra de arte”. En escenas rodadas en el inventado “salón de los tapices” es en donde ésta característica se desarrolla con mayor importancia. Y para reforzar esta idea de la potencia visual de las imágenes, un plano final de una de esas escenas muestra como los cuerpos de los amantes se asemeja a cierta pintura renacentista.
Para su realizador Amapola es un cuento fantástico en el que sólo se narran eventos felices de un grupo familiar que vive en un lujoso hotel isleño. Lo cierto es que el filme recrea una ambiente de ensoñación constante el cual se ve reflejado en su cuidada fotografía, pero con aires de grandes pretensiones, el relato queda fragmentario e inconexo.
Por Paula Caffaro
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