Michael Bay no aprende más.
¿Qué se puede esperar de un burro sino una patada? El director Michael Bay toma un concepto que en la película danesa original Ambulancen (2005) duraba 80 minutos y lo anaboliza fiel a su forma de entender el entretenimiento audiovisual (el cine es otra cosa) en esta remake que dura casi una hora más. La extensión adicional suma disparates argumentales, absurdos de todo tipo, escenas de acción desmesuradas metidas con fórceps y un desarrollo de personajes tan penoso como para dejar expuesto en sus limitaciones a un actor apenas discreto como Jake Gyllenhaal cuyo papel oscila, incoherentemente, entre la estupidez -que gana por demolición- y ciertos rasgos de inteligencia. Yahya Abdul-Mateen II, el coprotagonista, sale un poco mejor parado de esta experiencia que difícilmente vaya a encontrar un espacio relevante en su filmografía. La mexicana Eiza González es por lejos quien más se destaca en su rol de paramédica badass. No obstante, debo señalar que su elección es un cliché hollywoodense porque luce sexy y provocativa hasta ribetes contraproducentes. Llegados a este punto es conveniente volver a recordar que estamos frente a una obra de Michael Bay… detalles como estos son lo mínimo que hay que aceptar para completar el visionado de esta frenética y muy tonta Ambulancia 2022.
La historia: Danny (Jake Gyllenhaal) y su hermano adoptivo Will (Yahya Abdul-Mateen II) han lidiado toda su vida con un padre delincuente de la peor calaña (¿les parece algo creíble que este ladrón y asesino tenga el gesto humanitario de adoptar a un niño?, ¿se puede adoptar teniendo antecedentes penales?), para salir de su sombra y no caer en la ilegalidad Will se enrola en el ejército. Una vez concluida esa etapa retoma su vida de civil pero no consigue trabajo y para colmo su esposa padece de una enfermedad grave que requiere de una costosa cirugía experimental. Con un bebé de pocos meses a cargo, un Will desesperado acude a su hermano Danny que ha conservado el oficio de papi: ladrón de bancos y a mucha honra (no demuestra vergüenza al menos). La misma mañana que se vuelven a ver después de muchos años, Danny le propone sumarse al equipo que ha formado para un “golpe” que resolverá para siempre todos sus problemas económicos. Nada de pensarlo mucho: el plan empieza en minutos… ¡YA! Así arranca Ambulancia. Las inverosimilitudes están a la orden del día, a Michael Bay no le importan porque apuesta todo al ritmo y a la acción hiperbólica que patentó a mediados de los 90’s (recordemos Dos policías rebeldes, La Roca, Armageddon, Pearl Harbor y la interminable e insoportable saga de Transformers). El objetivo es un banco y el botín de 32 millones de dólares que se supone un trámite no lo será tanto cuando un policía enamoradizo meta la nariz donde no debe y desencadene la catástrofe: con su banda aniquilada, Danny y Will deben escapar del banco como sea. La aparición de una ambulancia en la zona será en principio el salvoconducto ideal para alejarse del lugar. La presencia de la paramédica Cam (Eiza González) y de un policía malherido será esencial para el juego psicológico planteado con el capitán Monroe (gran trabajo de Garret Dillahunt), el responsable del operativo. Y esa sería la sinopsis: una ambulancia en fuga con dos ladrones y dos rehenes, y toda la policía de Los Angeles que los persiguen atraviesan la ciudad de Los Angeles pulverizando las calles con disparos, explosiones, autos que chocan y gente que vuela por el aire. Básicamente, el repertorio habitual en los filmes de Bay.
El guión adaptado de Chris Fedak es de lo peor que se haya conocido en mucho tiempo en Hollywood. Las auto referencias explícitas a otras películas del mismo director son patéticas y los toques de humor -como el gigantón perro Nitro, el miembro de la banda rubio que se presenta en sandalias y vestido como hippie o el personaje de un colaborador de Danny que fracasa como relevo cómico- francamente no funcionan nunca. El uso y abuso de drones para hacer tomas aéreas con recorridos y angulaciones imposibles delatan a Michael Bay como un chico caprichoso con un aparato enorme de producción a su disposición y muy pocas ideas reales sobre cómo aprovecharlo sin caer en sus gratuitas ampulosidades que algunos consideran estilo. Mucho para tan poco.