SIN SALIDA A FLOTE
Perdón por el lugar común del título, pero Amenaza bajo el agua lo habilita, porque es un compendio de lugares comunes que dura algo más de hora y media. Y que, encima, nos hace preguntarnos no solo cómo es que esta producción australiana llegó a estrenarse en la Argentina, sino incluso cómo es que llegó a realizarse en primera instancia. Es que esta muy tardía secuela de un film del 2007 es de esa clase de films que nadie pidió, aunque es cierto que tampoco es tan ofensiva.
Si la primera parte proponía un relato bastante mínimo, con apenas tres personajes centrales, esta nueva entrega no expande mucho la premisa. Tenemos entonces a cinco amigos que se van de vacaciones y emprenden lo que se iba a suponer una entretenida aventura, consistente en explorar un sistema de cuevas en el norte australiano. Sin embargo, pronto se pierden, quedan atrapados en ese espacio subterráneo y amenazados por un peligroso cocodrilo. A partir de ahí, se hilvana un relato de supervivencia que no escatima en desplegar tensiones entre las personalidades de los protagonistas, que a medida que pasa el tiempo van sacando varios trapitos sucios al sol.
Es cierto que Amenaza bajo el agua podía haber tomado las lecciones de películas disparatadas y divertidas como El cocodrilo o Alerta en lo profundo, pero también que su apuesta al drama, más en la senda de El descenso, también era válida. El problema es que, a diferencia de aquel film de Neil Marshall, no hay un desarrollo potente de la conflictividad para que vaya a la par de los obstáculos que se enfrentan. Eso lleva a que ninguno de los personajes sea particularmente atractivo y, por ende, que sus supervivencias sean relevantes dentro de lo que propone el relato. Al mismo tiempo, a la puesta en escena del director Andrew Traucki se le acaba rápidamente la inventiva, quedando condenada a un estatismo que deriva en un obvio aburrimiento.
A pesar de ser una película relativamente corta en su duración, Amenaza bajo el agua termina pareciendo bastante larga, en buena medida por una trama que parecía dar más para un mediometraje que para un largo. Con apenas algunos pasajes rescatables -donde Traucki utiliza con cierta habilidad el contraste entre luz y oscuridad- y un puñado de ideas repetidas demasiadas veces, es un film que desde su mismo arranque luce avejentado y limitado. Y aunque no cae en manipulaciones argumentales innecesarias y se asume sin muchas vueltas como un producto Clase B, no posee la suficiente autoconsciencia como para salir de lo previsible y generar un suspenso mínimamente consistente. De ahí que sea un producto totalmente olvidable e innecesario.