Rojos y amarillos
Ella espera a su madre, para matarla. El título lo dice: una declaración cargada de rencor, celos, envidia, dobleces y rivalidad. Tácito, en sombras queda un “él”; padre ausente, omitido pero indispensable. Eduardo Rovner desnuda el clásico binomio amor-odio en la relación materno-filial. La hija plañidera, como una griega antigua, ensaya variaciones sobre un crimen terrible y anunciado, que no consumará sino en su imaginación. En Te voy a matar, mamá, la patética protagonista se propone atentar contra otro –su madre–, atraer su atención, cargarlo con culpa indeleble, como hacen también los suicidas. En lo formal, el dramaturgo pulsa las varias voces del personaje de este monodrama de vínculos primarios. Desde el soliloquio, el monólogo interior, a la perorata, el fluir de la conciencia; la reflexión en voz alta y sin interlocutor. Practica el discurso confesional, liberador de una patología tanto como un recurso dramatúrgico y expositivo. Una bienvenida cuota de tenue buen humor aligera parte de su densidad; más advertible en la dirección conjunta de Rovner con Fabiana Maneiro, que en la transcripción actoral de Mercedes Funes, cargada de emoción desgarradora, bajo la delicada sugestión de lumínica de Miguel Morales. La lección para todo adulto parece ser vivir con lo que se tiene a mano, libre del lastre de aquello que se echa inútilmente en falta.