No solemos hacer esto, pero le proponemos un divertido ejercicio. Vea esta película (está bien, es “regular”, pero veala) y después trate de ver la versión original de 1984. En ambas, los EE.UU. Son invadidos por una potencia maligna. Antes fueron los rusos en plena era Reagan, el director era el enloquecido y genial John Millius y todo era despiadado, fuerte, épico y shockeante, con un Patrick Swayze como líder de jóvenes defensores (así se llamó acá) en estado de gracia. Esta nueva versión carece de la visceralidad épica de aquella -política aparte- e imagina a un agresor norcoreano (sí, claro, cómo no). Lo interesante de ver ambas es comprender qué mal le ha hecho la corrección política a las posibilidades de sinceridad del cine: si aquella se enorgullecía de patear rojos y glorificar el modo de vida americano (la película era buena a pesar de su ideología), esta tiene vergüenza de decir lo mismo. La sinceridad hace un mejor cine, piense el espectador lo que piense sobre la política o los diarios.