Lo que quedó de la audaz “American Pie”
Pasó demasiado tiempo para que alguien pueda recordar inmediatamente quién era quién en la saga de «American Pie». Por otro lado, aun para quien los pueda recordar con exactitud, los personajes están cambiados, con tendencia a la depresión, síntoma que puede contagiar fácilmente al espectador. La excusa de una reunión de viejos compañeros de andanzas teenagers no rinde demasiado bien, y el argumento por momentos se concentra en conflictos menos picantes de lo recomendable para una secuela de «American Pie».
En todo caso, luego de la depresión inicial y a veces progresiva, por suerte los directores y guionistas apuestan todas sus fichas a un par de personajes, empezando por el padre comprensivo y siempre dispuesto al diálogo sobre temas sexuales, Eugene Levy, aquí totalmente desenfrenado y listo para poner en práctica sus consejos.
Mientras los verdaderos protagonistas, Jason Biggs y Alyson Hannigan están tan o más apagados de lo que corresponde a la crisis conyugal de sus personajes, es el depravado Seann William Scott (el infame Stifler, memorable por el comportamiento lascivo de su madre) el que realmente está bien aprovechado.
Las guarradas de este tipo espantoso lo vuelven más terrible en su carácter de adulto descastado, y más desquiciado que antes.
Finalmente, el guión quizá sea obvio, pero cada tanto se ocupa de lanzar alguna situación audaz como para ser digno de las películas anteriores.