Regreso sin gloria
Tras dos secuelas para la pantalla grande -American Pie 2, en 2001, y American Wedding, en 2003- y múltiples spin-off destinados al mercado hogareño después, ahora la saga continúa con el grupo del ex alumnos del secundario de East Great Falls planeando un reencuentro. Reencuentro al que asistirán, claro está, gran parte de los personajes que desfilaron por las películas anteriores, todos con sus vidas post-colegio a cuestas: Oz (ese pichón de Keanu Reeves que en algún momento fue Chris Klein) es ahora un importante periodista deportivo televisivo, Kevin (Thomas Ian Nicholas) convive feliz con su novia y está a cargo de los quehaceres domésticos, Stifler (Seann William Scott) sigue tan irresponsable como siempre, y Jim y Michelle (Jason Biggs y Alyson Hannigan) son ahora un matrimonio con un hijo pequeño.
Cualquier espectador un poco avezado podrá suponer que la juntada, eje nodal de American Pie: El reencuentro, no será precisamente una tarde de café y que, en cambio, vivirán una serie de enredos y malosentendidos. La cuestión es que prácticamente todos esos malosentendidos están relacionados con el sexo, embalando así la película a cualquier asunto ajeno a esa cuestión: la ex vecina de Jim devenida en voluptuosa adolescente ansiosa por debutar, la falta de pasión entre éste y su actual pareja, Stifler en su eterno hervor hormonal, la liberalísima actual novia de Oz, y un largo, larguísimo, etcétera. Ok, se podrá decir que esa es la característica central de la saga, pero el paso del tiempo se siente. O al menos debería.
Que una película como American Pie estuviera totalmente centrada en los avatares sexuales y la ansiedad por la pérdida de la virginidad tiene su correspondencia con la franja etárea de los protagonistas, todos ellos sub-20 en el último año del colegio secundario. Pero que trece años después esa temática siga siendo lo principal -lo único-, deja, por un lado, el resabio amargo de un estancamiento y, por el otro, la consecuente duda sobre el por qué de esa decisión. Hay dos posibles enfoques ante ese cuestionamiento. En ambos casos, la conclusión es más o menos similar: el resultado final es perjudicial.
El primer enfoque es ver a esa pulsión sexual constante como una manifestación de la incapacidad de la saga para evolucionar junto a las necesidades y preocupaciones de sus protagonistas (trabajo, familia, pareja, etc.), algo que sí hace, por ejemplo, y con la salvedad de las enormes distancias, Toy Story. La segunda es que, por el contrario, American Pie: El reencuentro sí es un muestreo emocional de los protagonistas y el sexo sigue siendo la necesidad primordial. Aquí la falla sería más profunda y menos redimible, ya que directamente se trataría de la imposibilidad de construir personajes con alguna progresión -negativa o positiva- entre película y película.
Pero además, y esta es quizás la estocada letal, American Pie: El reencuentro parece olvidar -o al menos no tener en cuenta- qué ocurrió con la comedia americana desde American Pie, es decir, en los últimos trece años. Will Ferrell, Seth Rogen, Jonah Hill, Jason Segel, Adam McKay, David Wain, Nicholas Stoller, Judd Apatow, Zoolander, El reportero, Dodgeball, Virgen a los 40 años, Ligeramente embarazada, Pase libre, y un larguísimo etcétera demuestran que ya no alcanza con la escatología gratuita -la escena de la heladera en la playa-, algunos pasos de comedia sexual chabacanos -la vecina de Jim- o un sexismo machacón atravesando toda la película para saltar la enorme brecha entre la generación de algunas risas esporádicas y la construcción cinematográfica de una buena comedia. American Pie: El reencuentro no supo -o no quiso- pegar ese salto.