La eterna edad del pavo
Que los noventa están regresando es un hecho; cientos de remakes cinematográficas, sumadas a reuniones de bandas legendarias de aquel entonces son una viva prueba de que los jóvenes de esa década somos hoy los adultos que tenemos el poder de decidir y de consumir tanto cine como música. Y la nostalgia es sabido que es uno de los motores del consumo, cuando la misma está bien encaminada.
American Reunion es un emergente de esa nostalgia materializada en esos mismos adolescentes que en los noventa pugnaban por perder su virginidad y hoy deben adaptarse a su nueva realidad.
Oz (Chris Klein) es conductor afamado de un canal deportivo; Kevin (Thomas Ian Nicholas), un arquitecto reconocido que vive establecido en pareja; Finch (Eddie Thomas) mantiene el misterio sobre su situación actual y Stifler (Seann William Scott) continúa anclado en una adolescencia irresoluta. Jim (Jason Biggs) y Michelle (Alyson Hannigan) encarnaron el sueño americano de casarse con el amor de la preparatoria y formar un hogar con un niño, pero sin embargo la crianza de su hijo ha minado la intimidad de la pareja.
En tiempos de reencuentros, claramente propiciados por las redes sociales, todos se dan cita en East Great Falls para rememorar viejos tiempos.
Y tal vez aquí sea donde las aguas se dividan entre los espectadores: para aquellos que desean ver una evolución en el planteo de los conflictos y temáticas relacionadas con el mundo adulto la frustración será el resultado. El sexo prohibido ya no es con la noviecita de la preparatoria sino con una bella vecinita a quien Jim cuidaba y quien hoy es una auténtica bomba sexual. Las bromas escatológicas seguirán estando a la orden del día y la complicidad entre amigos seguirá siendo la constante que rija sus relaciones.
Aquellos que consideren que la adolescencia es sólo un estado de ánimo, totalmente independiente de la edad de quien la vive, tal vez sepan ver en las situaciones vividas por los ya adultos una revancha poética al implacable paso del tiempo.
Es sólo cuestión de decidirse a vivir en la eterna edad del pavo, o simplemente darnos un recreo en nuestra vida de adultos para sentirnos jóvenes, livianos y sin responsabilidades.
La última palabra está en el espectador: el film dentro de su paradigma y con sus códigos funciona, pero si esos parámetros no se comparten no es más que la triste historia de un grupo de treinteañeros tratando de negar lo visible; es decir, que ya están crecidos para ver en un pie el objeto de satisfacción de su pulsión sexual.