Amerrika

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Tierra y libertad

Con escasa experiencia previa (fue una de las guionistas de la excelente serie lésbica The L World), Cherien Dabis sorprendió al mundillo cinematográfico al ganar -entre otros- el premio FIPRESCI de la crítica internacional en la prestigiosa sección Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2009. Estadounidense de nacimiento, pero de familia palestino-jordana, esta joven vivió en carne propia la doble sensación de no ser libre en y de no pertenecer a ninguna parte.

En el caso de éste, su primer largometraje (en realidad ya había filmado varios cortos y hasta una sátira de 61 minutos llamada The D Word), Dabis narra la odisea de Muna (notable trabajo de Nisreen Faour), una voluminosa madre soltera que se las ingenia -no sin esfuerzo- para criar y educar a Fadi (el debutante Melkar Muallem), su rebelde hijo quinceañero, gracias a un buen empleo bancario en Ramallah. Hartos de vivir entre muros cada vez más altos y de sufrir los abusos de los soldados israelíes en los cotidianos controles callejeros, ambos aplican a (y obtienen) un permiso de trabajo y residencia en los Estados Unidos. Hacia allí, más precisamente hacia la helada Illinois invernal, parten con su precario inglés y sin demasiadas certezas. Los esperan en su nuevo destino su hermana Raghda Halaby (la gran Hiam Abbass, vista en Paraíso ahora, La novia siria y Visita inesperada), su marido Nabeel (Yussef Abu Warda), un prestigioso médico, y sus tres hijas.

Pero Muna y Fadi no caen en un buen momento. A los pocos días (estamos en 2003), el ejército norteamericano invade Irak y todos los árabes (aunque no sean musulmanes ni religiosos, como ellos) empiezan a ser vistos como una amenaza. Fadi sufre el desprecio de sus compañeros de colegio, Muna no consigue trabajo en ningún banco y termina como empleada de una cadena de fast-food y Nabeel ve como se van esfumando sus pacientes.

Si la sinopsis puede sonar un poco recargada (ese es sólo el planteo inicial), hay que indicar en beneficio de Dabis que el relato sostiene un tono bastante ligero, con un logrado sentido del humor que evita caer en los extremos tanto del melodrama aleccionador como del pintoresquismo bienpensante y tranquilizador. La película mantiene un bienvenido medio tono que, si bien no escapa de cierto costumbrismo y de la inevitable corrección política del cine indie norteamericano, gambetea la bajada de línea para concentrarse en las vivencias íntimas de este amplio y variopinto grupo familiar con representantes de diferentes generaciones, orígenes, formaciones y proyectos de vida.

Así, más allá de algunos convencionalismos (que nunca distraen del fondo de la cuestión), Amérrika surge como un más que digno debut de una directora a seguir. Su retrato sobre el desarraigo, sobre las contradicciones del mundo actual (y sobre la xenofobia, la opresión...), es noble, cálido, sensible y, sobre todo, creíble. No son atributos que en el cine internacional (y mucho menos aquel que suele llegar a la cartelera comercial) abunden por estos días.