Sismo en el romanticismo.
Jamie es una cazatalentos que debe convencer a Dylan, un joven blogger de Los Ángeles, para que acepte un trabajo en Nueva York. Con la promesa de no enamorarse ni complicar la amistad con típicos problemas de pareja y ante la creciente atracción mutua, ambos deciden ser lo que la película denomina “amigos con beneficios”. Si bien la historia suena a nuevo conjunto de clichés reordenados bajo un nombre diferente (o no tanto, y acá viene otro: la comparación con su cuasi tocaya Amigos con derechos ya es uno de ellos), la película dirigida por Will Gluck y protagonizada por la hermosísima Mila Kunis y el carismático Justin Timberlake pone en funcionamiento una propuesta bien distinta.
Quizás lo más importante a destacar acerca de Amigos con beneficios (y aún más que la dirección o incluso el elenco) sea su año de estreno. Si bien este nunca es un dato menor, mucho menos lo es para esta película, que no solo mira a través del lente de la actualidad sino que además ensaya una especie de reflexión acerca de ella. En ese sentido, es común y sin embargo curioso el afán de las comedias norteamericanas por querer plasmar y resaltar el contexto (en este momento muy ligado a lo tecnológico) al punto que hasta las modas mas fugaces quedan impresas en alguna parte de las historias, y que casi, se podría decir, actúan como documento de micro-épocas. Amigos con beneficios también se apropia, a su manera, de ese aspecto: la invasión de las redes sociales, el protagonismo del celular o el fenómeno de las coreografías espontáneas y colectivas en la calle, por solo nombrar algunos, cuentan con un papel protagónico en el relato. Situaciones como en la que Dylan es contratado por la empresa en Nueva York, noticia de la cual se entera por medio de un mensaje de texto que Jamie le manda estando a su lado o cuando el contestador automático de una enojada y dolida Jamie le da a Dylan el indicio de que ella se encuentra en su lugar preferido, a su vez único espacio sin señal en la ciudad, son signos innegables del protagonismo de la tecnología junto al de los personajes.
Sin embargo, la película se arriesga a ir un poco más allá, proponiendo la mirada hacia una segunda actualidad: la de su género, la comedia romántica. A partir de este eje, Amigos con beneficios traza su ruta a través de todos sus lugares más comunes, no para pasar por ellos y seguir sino para quedarse, observar, demoler y construir algo diferente. Así, el coqueteo constante con clichés que luego se deshacen aparece en forma de humor a la vez que instala una cierta lógica implícita de lo paródico. La saturación de lo romántico, los finales felices y las parejas eternas, por ejemplo, se hace eco constantemente: por eso la diferenciación a través de la cita con La cruda verdad (intento de desafío al romanticismo protagonizado por la talentosa Katherine Heighl, que termina desintegrándose en forma de cliché maquillado), por eso un desenlace muy lejano del típico broche de oro del casamiento (lo más parecido es el juramento sobre una especie de biblia virtual en un Ipad touch sobre la cual los protagonistas prometen no involucrarse emocionalmente); por eso una canción final en forma de protesta a aquellas que –según los personajes en una de las escenas– aparecen en los créditos solo para convencerte de que te gustó la película: en su lugar, un rap al estilo de los créditos de Rápido y Furioso.
Amigos con beneficios logra así conjugar entretenimiento y (auto)reflexión a través de la construcción de un real que, reconocible y cercano a través de una complicidad y las múltiples referencias a ambas actualidades, funciona eficazmente. En otras palabras: reflejo del hoy, desafío al pasado y al futuro, punto de partida y quiebre, el temblor, la sacudida que el romanticismo de las comedias venía pidiendo (o esquivando) hace rato.