Me río porque te quiero
Los dos amigos (bueno, no tanto: más bien compañeros de trabajo) están tirados en el sillón mirando televisión. La situación es rara porque no hay nada que impida que en pocos momentos tengan sexo: no tienen lazos de amistad que cuidar. La idea aflora y los dos, más propicios que reacios, se comprometen a tener relaciones sexuales, pero sin ningún tipo de ataduras. Lo que sigue son, claro, en clave cómica, escenas de sexo. Ante tanta pacatería por parte de los estudios de Hollywood, es llamativo ver una secuencia así. No es que ninguno de los actores tenga un desnudo frontal, pero en este tipo de comedias románticas livianas, el sexo significa qué el montaje nos muestra como llegan a la cama y cómo se levantan. Nunca lo que pasa en el medio. Hay algo de "rebeldía" en esta producción. Claro: entre comillas.
Mientras los dos están viendo una película (falsa, que reúne todos los clichés del género), él se pregunta por qué siempre se siguen los mismos y notorios lineamientos. El chico que espera a la chica en la estación de trenes, el beso final y la música pop celebradora para terminar (un esquema que repite sin sutilezas Slumdog Millionaire, por ejemplo). Ambos se burlan: no es la única referencia metatextual. Se nota que al director de Se dice de mí (Easy A, la película que llevó a la fama a Emma Stone) le interesa demostrar que sabe -o al menos vio- varios clásicos del cine. Un dato no menor, en otro de los tantos géneros bastardeados aquí y allá. Pero debajo de esa capa de cinismo, casi como el personaje de Justin Timberlake (el varón que sabe que está frente a "la" chica pero que le cuesta asumirlo en público) se esconde un gran amor y aprecio por todos esos lugares comunes que tanto critica. Es como el personaje cool (y de vuelta: volvemos a Timberlake-Dylan-SeanParker) que nunca admitirá que tiene debilidad por lo cursi.
Hay algunas secuencias que definitivamente, no funcionan (el baile coreografiado en Nueva York) pero muchas otras sí. Principalmente, porque el film respeta mucho a sus personajes y siempre trata de hacernos reír con ellos y no de ellos. Es una diferencia notable. Por ejemplo: el niño que hace magia y todo le sale mal. En la mayoría de las comedias (románticas, especialmente) no se dudaría en burlarse de él, casi siempre con un humor físico bastante burlón. Aquí se consigue la simpatía con el chiquito, que es lo que a la mayoría le falta.
Todos estos clichés, que el film cumple casi a rajatablas, demostrando ser mucho más conservador de lo que aparenta -incluso en la idea de sexo casual: no pueden tener relaciones sin enamorarse-, no serían tan funcionales si los dos actores frente a la pantalla no tuviera tanta química. Timberlake lo probó en The Social Network y Mila Kunis, a su modo también, en Black Swan. Pero aquí los dos tienen un excelente timing cómico. Se llevan de maravilla y eso se agradece. Se podría haber hecho toda una crítica (laudatoria, también) sobre ellos dos, que nos compran con apenas unas sonrisas. Porque en el fondo, son la piedra basal del film: gracias a ellos compramos la reiterada historia una vez más. Y gracias a ellos, la reiteración se vuelve algo más fresca, algo simpática. Nos reímos con ellos, pero no de ellos.