Espectadores sin derechos
Cuesta ver a Natalie Portman -luego del tour-de-force que afrontó en El Cisne Negro- en una comedia romántica a pura fórmula junto con Ashton Kutcher. No es que ambos estén mal (de hecho, tratan de insuflarle algo de nobleza, fluidez y simpatía a una receta sosa), pero después de un papel que seguramente le valdrá en pocas horas más el premio Oscar esta concesión a lo más rancio y previsible de la industria hollywoodense hace un poco de ruido. Igual, nada grave. Sobrevivirá a este producto mediocre y la estatuilla dorada le permitirá elegir papeles mucho más audaces y exigentes.
Este anodino, previsible, efímero producto rodado por Ivan Reitman (sí, el mismo de Los cazafantasmas) tiene a Portman como una médica que trabaja demasiadas horas y disfruta demasiado poco de la vida. Fóbica, su Emma no quiere comprometerse afectivamente y encuentra en el bonachón Adam (Kutcher), asistente de producción de un show televisivo, aspirante a guionista e hijo de un padre muy famoso y despiadado (Kevin Kline), a un "amigo sexual": ambos se encuentran a toda hora y en cualquier lugar para mantener breves y apasionadas aventuras carnales. El problema, claro, surge cuando empiezan a enamorarse ¿Les suena un poco obvio y cursi? Pues lo es.
El guión de Elizabeth Meriwether regala algunos diálogos punzantes y la mano que le queda a Reitman (y la ductilidad de los actores) permiten construir un puñado de gags que, si bien no alcanzan a salvar al film (una suerte de De amor y otras adicciones, pero sin la enfermedad, como bien sostuvo el crítico A.O. Scott en The New York Times), al menos permiten disfrutar algunos minutos. Imperdonable, en cambio, es cómo la película dilapida a todos y cada uno de los arquetípicos personajes secundarios interpretados por Kline, Greta Gerwig (otra vez Hollywood desperdicia a la reina del Mumblecore), Cary Elwes o Ludacris, por nombrar algunos.
OK, no soy un defensor de El Cisne Negro, pero si hay que optar por esta elemental comedia romántica o el provocativo thriller sobre el mundo del balle, vayan sin dudas a ver la película de Darren Aronofsky. Allí, por lo menos, hay algo para discutir.