Hay que ver Amigos con derechos
Esta gran comedia de Ivan Reitman (sí, el director de Los cazafantasmas) tuvo en la Argentina mayoría de críticas en contra o indiferentes. Hubo, sin embargo, una notoria y muy lúcida crítica a favor, la de Horacio Bernades en Página/12. Gracias a ese texto fui a ver la película. Ese sólo texto a favor pesó más que varios en contra sumados (aquellos que leí no iban mucho más allá de un recitado de afirmaciones grises, trilladas y burocráticas, con una mirada que no individualizaba la película sino que la amontonaba junto a otras).
En una primera visión, Amigos con derechos me pareció una muy buena comedia romántica, y en ese sentido la defendí en el número de El Amante que salió esta semana, con un texto breve. Pero volví a ver la película hace unos días, y esa segunda visión la hizo realmente sobresaliente, una de esas comedias que aparecen de tanto en tanto: uno de esos casos (como Adventureland, como La boda de mi mejor amigo, como Funny People) en los que se siente una vibración especial en el relato, un aire de electricidad (perdón por la metáfora un tanto frankensteiniana) que les da vida, una fluidez encendida mezclada con encanto, brillo, agudeza, inteligencia y aciertos en detalles de construcción que se condicen con el gran cine. Ese gran cine que no es el (mal) cine de “los grandes temas” (La cinta blanca, La vida de los otros) o el cine supuestamente “complejo” (El origen). Amigos con derechos es gran cine como arte popular, de la tradición clásica, opuesto a ese cine masivo ostentoso, que a todos les dice “aquí estoy, soy importante” (otra vez El origen). La importancia de Amigos con derechos es menos chirriante, menos obvia, más perdurable.
Seguramente, como dice Bernades en su crítica, haya que prestarle mucha atención a la guionista Elizabeth Meriwether, porque evidentemente hay grandes situaciones, diálogos bien planteados, personajes muy bien construidos. Y hay que prestarle atención a los actores: a la vigencia de Kevin Kline; a cómo Kline y Natalie Portman se mueven en el lenguaje procaz con atrevimiento y naturalidad (“tenés una linda pija, como despreocupada” dice ella); a cómo Portman y Ashton Kutcher actúan –en primer plano– el primer encuentro sexual; a cómo Kutcher interpreta con todo el físico los golpes que recibe, a cómo pasa del encanto alla Cary Grant en la secuencia de la menstruación a la actitud relajada de cualquier conversación con sus amigos. (Los personajes secundarios son otro enorme acierto de la película: descuellan Ludacris y Lake Bell porque traen, respectivamente, el deadpan y la gesticulación tensa y la integran al relato). Portman, menos ostentosa que en El cisne negro, actúa en clave contenida (aunque cuando explota, como en la lucha por Kutcher contra dos mujeres, es flamígera, y Reitman sabe que ahí deben predominar los planos generales), transmite emociones con la mirada y con remates gestualmente bien sostenidos de diálogos secos (tiene muchos más chistes ella que él, lo que no es tan habitual en las comedias románticas). Por último, la actuación de borracheras y/o efectos de drogas en esta película debería ser un modelo para tantos actores que juegan a la pura exageración en esos momentos.
Como toda gran película, Amigos con derechos plantea un entramado de reenvíos de sentido, no una mera sucesión de acciones. Así, el primero de los dos prólogos es muy significativo y hay que pensarlo en función de lo que vendrá: en la adolescencia, él (Adam, o sea Adán, el primer hombre) quiere conseguir algo de sexo, y no valora demasiado que ella (Emma, que no es Eva porque este personaje jamás puede haber salido de una costilla de nadie) lo escuche. Algunos años después, a Adam el sexo no le faltará, pero querrá algo más que lo acompañe, alguien con quien sentarse en un banco (eso que en la adolescencia no era tan valioso). Hay detalles visuales a resaltar, como una “V” en la espalda de Emma (marcas de la ropa en la piel bronceada), una V simbólica y victoriosamente vaginal, justo después de que ella se imponga sexualmente a las dos competidoras (Amigos con derechos dialoga desde otro lugar con La adorable revoltosa, inoxidable comedia fálica de Howard Hawks de 1938, y el personaje “Bones” es una referencia bastante explícita). Como en toda gran película, hay en Amigos con derechos una historia en la superficie (una historia de pareja, de chico y chica, de detalles perfectos) y en el fondo, en segundo plano, una segunda historia, en este caso sobre la incertidumbre, sobre los milagros cotidianos (los milagros mencionados en el segundo prólogo, en el funeral, cuando Emma está viva pero muerta, porque no sabe llorar por los muertos, porque no se da cuenta de la finitud). Por eso el “I’m here” de ella al final es tan emocionante, porque habla del compromiso, de la responsabilidad, del “aguante”, del “estar ahí” para el otro, de exponerse a llorar, a sentir. Por eso es tan maravilloso el plano del final, cuando ella pregunta “¿Y esto ahora cómo sigue?” Y no hay contraplano: hay misterio, aventura por venir, un porvenir compartido. Una tremenda adrenalina. Por eso los chistes del epílogo, para alivianar un poco la tremenda seriedad del final, camuflada perfectamente por la emoción y la diversión de un final ejemplar de comedia romántica. Desde Dave, presidente por un día (1993) y Junior (1994) que Ivan Reitman no jugaba a este nivel. Gracias por la vuelta.