Cómo aprender a distenderse
Hace un tiempo hablaba con el amigo Cristian Mangini sobre Natalie Portman. Yo le decía que si bien me parece una buena actriz, hay algo que me molesta mucho en ella y es su constante y esforzada búsqueda de prestigio. No le interesa actuar, le importa ser reconocida. Si uno se detiene en su filmografía, salvo en Marcianos al ataque o Star Wars -¡pero eran una de Burton y Star Wars!-, casi no hay un remanso, una instancia de distensión en sus películas: ni cerca de una comedia romántica o una comedia a secas, algo que sería lógico para una actriz de no más de 30 años. Es como si la chica estuviera decidida a que la reconozcan como la Gran Actriz de su Generación, así todo con mayúsculas. Aparentemente ese reconocimiento llegará este domingo con el Oscar por ese despropósito llamado El cisne negro, donde paradójicamente interpreta a una bailarina que se autoflagela todo lo posible con tal de llegar a la cima. Esa Nina Sayers es definitivamente la Portman: tensa, crispada, incapaz de dejar escapar un sentimiento.
Pero este movimiento, que podría ser una arbitraria observación personal, se revela como bastante cercano a la realidad cuando uno ve los proyectos que ha elegido luego de la ¿película? de Darren Aronofsky: Amigos con derechos, Thor y Your highness. La primera una comedia romántica, la segunda una de superhéroes y la tercera una comedia lisérgica con ese grandote ocurrente de Danny McBride. Es decir, es innegable que la Portman ha elegido sus proyectos olfateando dónde podía haber un premio y que ahora, cerca de él o al menos reconocida académicamente, puede dar el paso adelante y despojarse de pruritos y prejuicios. Usted podrá decir que buscar prestigio no es malo per se. Es posible. Yo creo igualmente que le quita espontaneidad y frescura a un artista y que lo convierte un trofeo al cual sacarle brillo.
Y ya que la que se estrenó es Amigos con derechos, veamos otra curiosidad: la Emma de Natalie Portman es, para variar, un personaje femenino imposible en el marco de una comedia romántica. ¿Por qué? Es fría, distante, incapaz de comprometerse con alguien, de esas que ponen lo profesional por sobre lo afectivo. A tanto llega, que le pide a Adam (Ashton Kutcher) que al otro día la acompañe a una “pavadita” que tiene que hacer, que no es otra cosa que el funeral de su padre. Con diferencias de tono (y de efectividad), Emma es como Nina, la bailarina -aunque en plan comedia romántica y no drama psicologista berreta-: si quiere quedarse con el chico tendrá que aflojarse, sacar su otro yo que lleva adentro; paradójicamente, dejarse llevar aprendiendo a aferrarse a la mano, al corazón del otro. Casi como la Portman para demostrarnos que es un ser humano con sensibilidades y no un robot.
Pero por suerte en Amigos con derechos Natalie Portman tiene a un director que en vez de regodearse en la crispación y apostar al golpe bajo, profundiza en el patetismo de esa mina que coger sabe, pero amar no, no para castigarla sino para reírse con ella. Porque si hay algo a favor que tiene el film, es que se trata de una película de Ivan Reitman (lo confieso: le tengo cariño y le perdono hasta sus peores películas), alguien que sin ser un virtuoso conoce el género y sabe trabajar las situaciones, quiere a sus personajes y los sabe reconocer en sus etapas, en sus conflictos y en sus movilizaciones internas. Aquí vale recordar de qué la va Amigos con derechos: Emma es una joven médica y Adam un asistente en un canal de televisión, que vive con la cruz de que su padre es un tipo famoso en el medio por un éxito de hace muchos años. Emma y Adam se desean pero, más por ella que por él, firman este pacto: tendrán sexo casual, cuando quieran y donde sea, pero no podrán tener una relación. Nada de noviazgo, dice ella. Se sabe, estas cosas no funcionan. Al menos en el territorio de la comedia romántica.
De más está decir que Reitman cuenta esto con total pericia y hasta logra que Kutcher bucee un poco en la profundidad de su eterno Don Juan adolescente, mujeriego, ganador, pero tierno. Si bien es interesante ver cómo la comedia romántica de Hollywood está modificando los roles (las muy buenas (500) días con ella y Amor a distancia), y aquí el hombre -sin ser menoscabado por ello- puede ser el que se engancha y el que siente que le rompen el corazón, también como ocurrió en la reciente De amor y otras adicciones hay una cosa más física y carnal en las relaciones. Como decíamos, todo esto está bien y funciona, pero hay algo más: en Amigos con derechos hay gays, hay lesbianismo, hay drogas, sin que a nadie le llame la atención, incorporándose fluidamente al relato y sin que uno note un subrayado que diga “ojo, mirá qué modernos que somos”. Esa naturalidad con la que las cosas ocurren y se exponen habla de un cine que mira en la sociedad, y se aggiorna adecuadamente. La comedia romántica es un género social y un corrimiento de lo que pasa allá afuera hace ruido, a no ser que conceptualmente se construya un cuento de hadas y todo se acepte como tal.
Si bien parte del éxito de la película hay que buscarlo en el guión de la desconocida Elizabeth Meriwether, no hay que quitarle mérito al bueno de Reitman. Decididamente para la comedia ha sido un revulsivo allá por los 70’s, con producciones tan irreverentes como Cannibal girls, sin dejar de lado que en los 80’s fue productor de películas de David Cronenberg como Rabia o Shivers, lo que no es poco decir. Reitman es, entonces, mucho más que un comediógrafo: ¡demonios, creyó que Schwarzenegger podía actuar mucho antes que Cameron! Es alguien con una mirada personal y que gusta de centrarse en personajes que deben enfrentarse a sus peores miedos: pensemos en Junior o Un detective en el kinder. Y si en Amigos con derechos supo hacer esto y mucho más, es porque ya había construido un borrador de esta con la encantadora aunque fallida Mi súper ex novia. A Emma, que se cree una súper-mina aunque sin los superpoderes de aquella, su cuerpo de acero se le desmantelará por amor. Así nomás.
Lo interesante de Reitman es como, evidenciando sus orígenes, incorpora a la trama elementos que parecen no tener conexión con el mundo que está contando y generar un intenso momento de comicidad. Y así como en Mi súper ex novia hacía que la Thurman le revoleara un tiburón por la cabeza a su novio, aquí saca de la galera imitaciones de Nemo y Drew Barrymore, y lesbianismo subrepticio. Porque, más allá de que al final sucumba ante las convenciones de la comedia romántica, durante un buen tramo Reitman sacude al género de la modorra y lo despabila a fuerza de diálogos punzantes, gags bien construidos y personajes encantadores que fallan y aciertan, todo a la vez. Y nos regala, por si fuera poco, una Portman ebria, descolocada; una Portman que no sé si podría sacar al cisne negro, pero que sí muestra dotes de estupenda comediante -¿no pueden arreglar las nominaciones al Oscar y nominarla por esta película?-. Al final Amigos con derechos nos vino a confirmar que lo que le hacía falta a Nina Sayers para poder distenderse era agarrarse un buen pedo.