El secreto de esta comedia romántica sobre la transferencia amorosa, sin por esto desestimar la legítima posibilidad de que un hombre y una mujer (u otras combinaciones posibles) puedan disfrutar de tener sexo sin constituir una pareja, consiste en una excelente combinación entre un guión sólido y una puesta en escena inteligente. Aquí, los personajes parecen personas, las locaciones de Los Ángeles lugares reales, a pesar del artificio edilicio de esa ciudad espectáculo. Desde adolescentes, Adam (Ashton Kutcher, quien parece ser un Kevin Costner de su generación, es decir, un actor clásico que los supuestos grandes intérpretes salidos de la fábrica gestual del Actors Studio), un escritor que trabaja como asistente de dirección en una serie televisiva, y Emma (Natalie Portman, en otro papel sufrido pero con matices e instantes de placer, es decir, más una neurótica que una psicótica en tutú como en El cisne negro), una médica exigente, se gustan, pero pasarán muchos años hasta que finalmente empiecen primero a acostarse y después a enamorarse. Ivan Reitman y Elizabeth Meriwheter asumen las premisas del género en clave contemporánea, y si bien los clisés característicos están presentes (la consagración del romance, una boda, un funeral, amigos compinches, y la familia como una institución omnipresente), el director y la guionista le imponen al relato una madurez poco frecuente en la construcción de los sentimientos y el vínculo entre los personajes, sin apelar al conservadurismo típico en donde el sexo se ordena en función del amor; esencialmente, Amigos con derechos es una película libertaria, y el retrato de la psicología femenina es más complejo de lo que parece. El excelente gag sobre un remixado de temas musicales que directa e indirectamente sugieren el período menstrual es un brebaje sonoro ideal para conjurar la truculenta oda de Arjona al sangrado mensual del supuesto sexo débil