Los lobos de Miami
Es difícil no comparar a Amigos de Armas (War Dogs, 2016) con El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013). Cuenta la misma parábola sobre el afán de lucro descarriado, en la que un hombre recto descubre lo fácil que es hacer dinero 1) apoderándose de nichos de mercado insospechados y 2) cortando esquinas, explotando lagunas legales y estafando ante la duda.
La comparación se intensifica con la narración avivada del protagonista, David Packouz (Miles Teller), quien nos cuenta la historia de su auge y caída en el mundo del tráfico de armas. A esto se suma la participación de Jonah Hill, quien interpreta virtualmente el mismo papel que hizo en El lobo de Wall Street: tentar al otro con una vida ostentosa y promesas de dinero fácil. Al menos aquí Efraim Diveroli (Hill) y David son amigos de la infancia, y el segundo siempre admiró al primero; nada explica la alianza entre Leonardo DiCaprio y Hill en El lobo de Wall Street.
La historia también está basada en hechos reales (o el artículo que inspiraron en la Rolling Stone), aunque esta vez es aún más increíble: en el 2007 el Pentágono firmó un contrato multimillonario con este dúo de veintitantos para que suplieran armas a las fuerzas de ocupación en Afganistán. El fraude no tardó en ser evidente y a raíz del escándalo el Ministerio de Defensa tuvo que rever sus políticas de contratación armamentista.
Packouz es un perdedor que vive intentando vender cosas que nadie quiere comprar; Diveroli regresa a su vida en un momento de vulnerabilidad y lo deslumbra con autos, armas y dinero. Diveroli es el tipo de persona que tiene un cuadro de Tony Montana de Scarface en su oficina. Como la mayoría de los veneradores de Tony Montana, prefiere olvidar cómo termina la película. Packouz tiene su propio lapsus de negación imbécil cuando alaba a su amigo como “el tipo de persona que sabe cómo actuar para que confíes en él” y no se le ocurre sumar dos y dos.
La película está dirigida por Todd Phillips, quien orquestó la absurda trilogía de ¿Qué pasó ayer? (The Hangover, 2009-2013) e imbuye Amigos de armas con el mismo tipo de energía. Tiene varios momentos graciosos, usualmente a expensas de la insensibilidad y la incorrección política. Al principio parece que va a contar la misma oda drogona a la camaradería – sobre todo dado un episodio, inventado, en el que los muchachos contrabandean un cargamento de armas a lo largo del “Triángulo de la Muerte” iraquí – pero la relación entre Diveroli y Packouz se va volviendo más compleja a medida que la situación se complica y sus verdaderas personalidades salen a flote.
El resultado es probablemente la comedia más “sombría” de Todd Phillips, en la que se permite filosofar un poco sobre la política de la guerra, y la forma en que la guerra es simplemente un “sector económico” de la política. Algo similar al salto que hizo Adam McKay – padrino de las mejores comedias de Will Ferrell – al dirigir La gran apuesta(The Big Short, 2015), sobre la crisis financiera del 2007-2008. Algunas historias son tan tristes y patéticas que mejor tratarlas como comedias.