Cuando el cine industrial llega con una propuesta que no se duerme en el colchón del público cautivo de los grandes estudios, hay que recibirlo con palmas y, sobre todo, los ojos bien abiertos para el disfrute.
“La guerra es un sector de la economía. El que dice que no, o está en el negocio o es un idiota”, dice David Packouz, el personaje que compone Miles Teller (el sufrido estudiante de batería en Whiplash) y narra los hechos que refleja el film, basado en una historia real.
War Dogs se monta sobre un artículo publicado en la revista Rolling Stone en torno a una pyme que en épocas de Bush y su invasión a Irak intentó hacer negocios con el Pentágono a través de licitaciones menores pero millonarias.
En ese marco histórico político de los Estados Unidos es al que ingresan David y, más que nada, Efraim Diveroli (Jonah Hill), un inescrupuloso buscavidas que parece haber dado con el acierto de su vida.
Con una línea narrativa y de desarrollo de personajes que emula lo hecho por Scorsese con el DiCaprio de The Wolf of Wall Street, Todd Phillips se aleja del clima de viaje de egresados de The Hangover para entrar en un pasillo más oscuro, con vértices de peligro real sin la tranquilidad del probable happy end que ofrece una comedia ligera.
Porque más allá de sus trailers perfilados hacia el humor, War Dogs es un trabajo que atiende en la barra de la comedia dramática brillante, como si Judd Apatow se hubiera unido al Guy Ritchie más frenético.
Pero no se queda acá la propuesta: hay dardos envenenados dirigidos a George W. Bush y la lógica de la industria de la invasión militar, pero más que nada lo que sostiene al film es un guión que tiene más links directos al Kubrick de Dr. Strangelove que a la fiesta eterna del Hollywood para teenagers.
Ese universo que presenta la trama cobija también a criminales de traje (impecable Bradley Cooper impecable), descriptos como podríamos describir tanto a traficantes de armas como a políticos salidos de House of Cards o, incluso, a ejecutivos de cuenta de las majors de Los Angeles.
¿El tipo que armó su curriculum como realizador con una trilogía sobre borrachos en la Neverland de Las Vegas, se puso serio? Quizá sí. O quizá haya querido demostrar que lo suyo es mucho más que chistes al paso sobre cannabis y strippers. Si la empresa era esta última, la misión está cumplida y por mucho.