Los que pasa en Afganistán, tal vez, no se queda en Afganistán.
Todd Phillips, responsable de la trilogía “¿Qué Pasó Ayer?” (The Hangover), deja un poco la joda de lado (sólo un poco) y se mete de lleno con una historia basada en hechos reales que, ampliamente, superan a la ficción.
David Packouz (Miles Teller) es un veinteañero que se gana la vida dando masajes terapéuticos a los ricachones de Miami. Al pibe le sobran ideas, pero le falta suerte, y todo se le complica más cuando su novia le confiesa que está embarazada. Ahí es cuando entra en juego Efraim Diveroli (Jonah Hill), su mejor amigo de la infancia, que llegó a la ciudad para el funeral de un ex compañero.
Diveroli se dedica al tráfico “legal” de armas, pero anda con ganas de expandir sus horizontes y lograr algún contrato gubernamental. Para ello necesita un hombre de confianza, y quien mejor que su camarada Packouz. Efraim es un chanta, pero sabe como ganarse a la gente y salir de sus apuros, David empieza a seguir sus pasos y pronto esta nueva sociedad da sus frutos.
El dúo se gana la lotería cuando logra adjudicarse un contrato multimillonario (300 millones de dólares, para ser exactos) con el Tío Sam para abastecer de armas y municiones a las fuerzas aliadas en Afganistán. El arreglo empieza a desmoronarse y, de a poco, algo que parecía dinero fácil se convierte en una transacción sumamente peligrosa.
Phillips mantiene la beta zarpada y cómica de sus películas anteriores. Acá se mezclan los excesos (no faltan las drogas, la vida loca y los momentos bizarros) con grandes momentos humorísticos, algo de acción, un poco de drama en el trasfondo bélico de 2005 y bastante sátira sociopolítica, cuando contrastamos la realidad con la liviandad con que se toman las cosas estos muchachos.
Lo que aparenta ser “¿Qué Pasó Ayer?” en Medio Oriente, es en realidad una entretenida propuesta que cruza intrigas, negocios sucios, muchas referencias y algunas críticas sobre el momento político que se vivió durante la década pasada.
Hill se roba la película con su verborragia y desenfreno, dejando que Teller sea el “moderado” de la historia. La química entre los dos logra cimentar la primera parte de esta historia, mucho más risueña y banal. Después, todo giro 180°, la amistad pasa a un segundo plano y la situación se torna en algo mucho más serio y violento.
Bradley Cooper completa el elenco en el papel de Henry Girard, un enigmático traficante que no puede pisar suelo norteamericano. Cada uno se luce en su rol, cuando deben ser medidos y cuando deben ser exagerados, cambiando a cada momento el ritmo de una historia que lo necesita para no encasillarse en un solo género o temática.
“Amigos de Armas” (War Dogs, 2016) es una montaña rusa: divertida por momentos, estancada en algunos otros, pero el saldo general es positivo porque logra entretener y, si hilamos un poco más fino, el humor es sólo una excusa para tratar de analizar el complicado mercado de la guerra, uno de los más rentables en el mundo. Phillips y sus protagonistas no la celebran, ni la discuten, para ellos es un negocio, como cualquier otro.
Lo más criticable de la película son sus momentos de “exceso” que pueden llegar a cansar después de un rato, y ese sistemático recurso de resaltar con un tema musical “alusivo” cada escena que nos ponen delate, muy al estilo de “Escuadrón Suicida” (Suicide Squad, 2016). La primera vez es gracioso, la segunda ya no tanto, aunque la banda sonora sea increíble y un gran reflejo cultural de estas últimas décadas.