Todd Phillips ha logrado grandes comedias hablando de amigos en problemas. Ahí está la serie ¿Qué pasó ayer?, Todo un parto o la melancólica Old School. La historia -real- de dos veinteañeros que se meten un poco jugando en el mercado internacional de armas sin tener idea de lo que están haciendo era idónea para el realizador. Y por momentos funciona bien, básicamente porque Jonah Hill es un gran comediante. La película no tiene como tema la guerra o la imbecilidad del Estado -que son sus condiciones de fondo- sino sobre la estupidez humana. Y allí es donde se resiente: hay un punto en el que todo gira alrededor de una sola idea y la trama parece no salirse de ese círculo. Se nota detrás de la construcción de la película una mecánica que deja de lado la empatía con los persoajes, y al no establecer ese puente, nos quedamos solo mirando lo extraño y ocasionalmente absurdo de la situación en la que los dos antihéroes se ven sumergidos. Para decirlo más claro: cuando hay que coreografiar comicidad, Phillips lo hace bien. Cuando tiene que “decir” algo sobre el mundo, lo hace mal. Por suerte, lo que predomina es lo primero, pero el tema era ideal no para una ficción absurda -que no puede llegar a ser demasiado absurda- sino para un documental. Por supuesto que entretiene -no tiene un solo momento aburrido- y que uno se divierte en ocasiones, pero en gran medida se siente como una oportunidad perdida.