La guerra de escritorio
Sin dudas, la industria bélica es uno de los productos más asombrosos que pudo haber creado el imperialismo norteamericano dentro de su poderío económico mundial. Sólo los sabios iletrados estadounidenses son capaces de vender todo tipo de guerras – e ideologías – por medio oriente con la misma facilidad que una cajita feliz encandila al sobrino más revoltoso. Pero desde la explotación desvergonzada de la libertad para portar armas de fuego hasta la sencillez con la que cualquiera puede romper su sistema infalible de libre mercado, ningún período representa mejor estos ideales huecos que la gestión Bush en pleno post 9/11.
Sin embargo, tampoco es cuestión de ponerse a estudiar a fondo el contexto yanqui para darse cuenta que la trama de Amigos de armas (2016) no puede ser tan real como inverosímil. Incluso con la dirección de Todd Phillips (célebre cráneo de la trilogía Hangover), el relato de cómo dos veinteañeros estafaron millonariamente al ejército de los Estados Unidos con armamento defectuoso deja de ser una solemne denuncia a los tejes y manejes de las licitaciones militares, para convertirse en una buddy-movie vibrante con varios elementos del universo Scorseseano.
Basada (a grandes rasgos) en un artículo de la revista Rolling Stone, la epopeya de David Packouz (Miles Teller) y Efraim Diveroli (Jonah Hill) que los llevó a convertirse en los líderes indiscutidos del tráfico de armas es el equivalente bélico de lo que Adam McKay replicó magistralmente hace unos meses en La Gran Apuesta (2015) con el llamado crack económico. Sólo que aquí reemplazamos las acciones de Wall Street por ametralladoras AK-47. Prácticamente nadie podía quedarse afuera entre las miles de contrataciones militares diarias que surgían como producto de la invasión estadounidense a Irak, y eso justamente es lo que se ve reflejado en la vorágine con la que los protagonistas disfrutan de su éxito repentino.
War-Dogs-img1-Proyector
Pero todo el dato duro de los métodos de distribución, finanzas fraudulentas y técnicas de comercialización se hacen a un lado cuando la voz en off de David, con sus epifanías al mejor estilo Godfellas (1990), es la encargada de llevar adelante la narrativa como si tratara de la crónica de una muerte anunciada. Estas versiones ficcionalizadas de Packouz y Diveroli son el prototipo del mismo tipo de derroche que Jordan Belfort hacía gala en El Lobo de Wall Street (2013), del cual no solamente toma prestados los delirios de Jonah Hill, sino también la facilidad con la que Scorsese hace que nos encariñemos con personajes moralmente repulsivos.
El magnetismo que genera el dúo principal funciona en gran medida gracias a la química que desarrollan estos dos amigos dispuestos a todo con tal acceder a lo más alto del mercado armamentístico. Sea escapando de la guerrilla por las rutas de Bagdad o realizando tratos con los resabios soviéticos en Albania, todas estas situaciones se viven como una travesura digna del anecdotario más curioso.
No obstante, mientras que Miles Teller queda un poco desaprovechado – más todavía si se lo compara con su papel de Whiplash (2014) – dentro del carácter pasivo y casi servicial de Packouz, es Jonah Hill quien se luce a la hora de encarnar a Efraim como un verdadero psicópata y dirigir el verdadero ritmo del argumento. La personificación del actor es tan cautivadora que hasta su risa ridícula (cercana a un chillido) funciona como un signo de exclamación en los momentos más tensos. Momentos en donde no hay vuelta atrás y se ve cómo un Efraim calculador decide destruir o traicionar al que tiene enfrente sólo por un comentario desafortunado.
“La guerra es un sector más de la economía” se afirma varias veces durante el film, tal como lo hacía Nicholas Cage en El Señor de la Guerra (2005). Amigos de Armas cuenta con una visión políticamente incorrecta de los conflictos armados, que casi minimaliza totalmente la tragedia implícita que significan los campos de batalla. Algo que resulta difícil de olvidar si se trata de racionalizar demasiado en una película que más que imponer una moralina antibélica, intenta divertir sin muchas pretensiones.
Al fin y al cabo los criminales siempre pagan, y eso es algo que Hollywood se encarga de aclararlo en los primeros cinco minutos.