Demagogia y lugares comunes
Un respetable aristócrata tetrapléjico contrata a un muchacho de barrio, negro y jovial, como ayuda domiciliaria. El hombre rico que ha perdido el gusto por la vida se encuentra de pronto con un ángel excéntrico portador de esos valores verdaderos que los demagogos asignan al pueblo. La relación de clases no es más que pura convención para un humor perezoso. El choque cultural es explotado mediante los peores lugares comunes: uno escucha a Vivaldi y el otro Earth Wind and Fire, uno escribe cartas de amor cortesano mientras el otro desenvaina un lenguaje callejero, uno se impone las normas de vida que el otro ignora soberanamente. Al cabo del enésimo sketch queda bien subrayado que los dos hombres no viven en la misma esfera pero van camino a una mutua domesticación.
Ideología. La película se burla de las prácticas culturales de la clase dominante, como la ópera o la pintura contemporánea, mientras que los signos materiales de riqueza, como los lujosos autos o un avión privado, son tratados con la mayor benevolencia. Los pequeños sainetes en un concierto de música clásica o en una sesión de afeitado dan lugar a bromas toscas que los actores puntúan, como en la televisión, con su propia carcajada. A este simulacro de diálogo entre el hombre serio y el payaso le sigue una forzada inmersión realista en los edificios de suburbio que no supera nunca el detalle de guión. La falsa credibilidad social choca con el material básico de la comedia televisiva. En lugar de explotar el costado ligero de la historia, los directores pretenden mezclar la bufonada con el drama y sólo consiguen un festival de buenos sentimientos y respuestas automáticas.
Dudosa trasgresión. Para no quedar pagados a la compasión fácil de los peores telefilms americanos, los directores franceses proponen como dudoso antídoto la manipulación física de Phillipe, que llega al colmo de la torpeza con la escena en la que el cuidador tira agua hirviendo sobre la pierna insensible del postrado. Driss considera el cuerpo de Phillipe como un objeto inalterable y encuentra el pretexto para ejercer un acto de violencia sobre su carne sin dejar ningún rastro. Lo cómico en torno a la minusvalía de Philippe (el agua caliente, los juegos en la nieve, la masturbación de las orejas) sólo funciona cuando su cuerpo es manejado torpemente, liberando sobre él inclinaciones sádicas o descubriendo con diversión una sexualidad restringida por la discapacidad. Aunque hable y piense, el cuerpo minusválido sigue siendo un objeto, un instrumento a la altura de la figura del bufón que lo acompaña, dos marionetas al servicio de un entretenimiento desencarnado.