Una fórmula que no pretende
Cumbre de lo políticamente correcto, la película narra el cruce de dos mundos opuestos: el de la riqueza de un hombre tetraplégico y el de un inmigrante con problemas legales.
Se sugiere sospechar cuando llegan noticias sobre los films franceses más taquilleros que superaron en recaudación a los “tanques” estadoudinenses. Y no pasa sólo por tratarse de un material “local” (por ejemplo, la saga Asterix y Obelix, dos bodrios sin vueltas), sino por el carácter universal de la propuesta que en mucho se parece a aquellos “mainstream” procedentes de Estados Unidos. El último éxito francés es Amigos intocables, que fue vista por 18 millones de espectadores seducidos por la particular historia de Phillipe (François Cluzet), un aristócrata tetrapléjico, y su asistente-ayudante y futuro amigo Driss (Omar Sy), de origen senegalés. La película de Toledano y Nakache, cuarta incursión juntos, tiene los condimentos para que el crítico apele al manual de los lugares comunes y de las frases repetidas. “Un canto a la vida”, “una película sobre la condición humana” o “un logrado cruce de ternura, amistad, comedia y drama” serían algunos de los habituales recursos periodísticos para explicar una película que acumula los clísés más transparentes en esta clase de historias. Pero la fórmula funciona de a ratos, dentro de aquello que pretende y que tampoco es demasiado. Por ejemplo, la primera escena cuando los protagonistas, sin que aún se sepa qué los une, emprenden una picada para eludir y luego ridiculizar a la policía. Allí se descubre la minusvalía de Phillipe (excelente actor Cluzet) y la asistencia permanente que requiere de Driss y sus morisquetas y “consejos de vida” que cansan a los pocos minutos. El cuentito sigue bien contado porque la estructura dramática se establece a partir de un extenso racconto desde el que empieza a mostrarse el choque entre dos mundos, el de la riqueza en soledad de Phillipe y el del inmigrante con problemas legales y familiares que caracteriza al inquieto Driss. De allí en adelante, el arsenal de lugares comunes: la amistad y complicidad entre los dos, una mujer que Phillipe conoce por cartas, la música clásica que lo complace y, en oposición, el fanatismo por Earth&Wind&Fire que identifica al solícito ayudante.
Amigos intocables, cumbre de lo políticamente correcto, no omite una lectura social superficial y teñida por la culpa francesa en relación a los inmigrantes ilegales que convierte a la trama ya no en un lugar común, sino en una avalancha imparable de tips cinematográficos. Es decir, cuando la película no reflexiona en voz alta y se aferra a un tono ligero de comedia, la trama funciona sin problemas. En cambio, al opinar sobre el mundo y su catarata de injusticias, el discurso tambalea y hasta se convierte en cursi y de segunda mano.
El final, por su parte, prevé algo peor: ¿cuánto falta para que un productor norteamericano compre los derechos y anuncie la previsible remake?