Esta película es el éxito más grande de la historia del cine francés, al menos con los números actuales. Está basada en una historia real y su esquema es de esos que cualquiera puede temer: la historia de un hombre rico pero cuadripléjico que contrata como su cuidador personal a un inmigrante senegalés. No hay ninguna sorpresa: ambos se volverán amigos a pesar de las diferencias de clase, de salud, de origen, unidos por el común denominador de ser personas discriminables. Pero si la película es de esas “lecciones de vida” perfectamente alambicadas, tiene la ventaja de no esconder jamás sus intenciones de querer agradar a todo el universo conocido. El pequeño milagro que esconde este film es que, para destrozar cualquier prejuicio, lo logra. Seguramente el lector recuerde un film similar, “Escrito en el agua”, de John Sayles, donde el mismo esquema se repetía entre dos mujeres en el Sur profundo de los EE.UU.
Lo que ambas películas tienen en común es no hacer de sus criaturas personas dignas de lástima sino seres humanos con el derecho, incluso y de acuerdo con las circunstancias de la trama, de ser desagradables. Por cierto, el mérito mayor de la película recae no tanto en su dirección, básicamente anodina, ni en su guión, cincelado a prueba de balas para alternar momentos emotivos y risueños casi a cronómetro, sino en sus intérpretes. Por un lado, Omar Sy como Driss, ese inmigrante al que esta relación le cambia el mundo y, por otro, ese gigante llamado François Cluzet, siempre digno y al mismo tiempo gran tragediante y comediante.