La atracción de los opuestos
La base de su éxito: un parapléjico rico convive Con su asistente pobre y de origen senegalés.
Cuando una película se transforma en un fenómeno -de masas, más allá de tener o no sus valores cinematográficos- es porque toca alguna fibra íntima de ese público que acude en malón a verla. Con Amigos intocables , que en Francia ya fue vista por casi 20.000.000 de espectadores, hasta se pudo prejuzgar que ocurriría lo contrario: que no fuera nadie a verla.
¿Por qué? Su tema, que evidentemente fue el motor que impulsó el éxito: las diferencias entre los dos protagonistas, uno de ellos -para muchos, espanta público- sufrió una tetraparaplejia.
Pero no es un drama, sino precisamente todo lo contrario. El tono de comedia elegido por los codirectores Eric Toledano y Olivier Nakache hace que los problemas que atraviese Philipe sean no solamente sobrellevados, sino seguidos con una sonrisa.
Y su contraparte, Driss, no tiene una mejor existencia. Desempleado, de origen senegalés, vive hacinado con sus hermanos y termina siendo echado de su hogar por su madre. Driss llega a la mansión del aristocrático millonario Philippe con el propósito de que le pongan una firmita a un papel para poder cobrar un subsidio por desempleo. Philippe necesita un asistente personal para que lo atienda en su cuidado personal, entre otras cosas. Y contra todo lo previsible, Philippe contrata a Driss.
La película es tan políticamente correcta como incorrecta. Se ríe de lo que se recomendaría no hacer bromas, y toma en solfa o pone en el tapete los prejuicios ante una discapacidad.
Y tiene tantas buenas intenciones, logrados gags y diálogos filosos como momentos en los que parece bajar línea de manera rápida y desordenada.
También es el tipo de filme que sin dos intérpretes como François Cluzet y Omar Sy podría caerse en cualquier momento.
No es el caso.
Si la película no ganó otro premio César este año que no fuera el de mejor actor (para Omar Sy) fue por el vendaval El artista . Sy -que interpreta al ilegal, al marginado, al inculto- y Cluzet -el viudo que fue exitoso en su empresa, el de la élite, el culto- logran eso que suele llamarse buena química y que el público francés y también el europeo supo aplaudir.
Será, también, que la inmigración y sus bemoles en Europa no muchas veces ha sido retratada de esta manera. O que cuando una comedia entretiene, cumple con sus propias reglas, y entonces está muy bien que le vaya bárbaro.