La relación entre los ancianos y los jóvenes es complejo de abordar, al menos dentro de la cultura occidental, pues la falta de paciencia, la intolerancia y la brecha generacional, incorporada mentalmente por los que están activos como un arma de ataque permanente hacia los mayores que piensan y se mueven mucho más lento que ellos, producen un distanciamiento que generalmente resulta incorregible.
Tal es la temática principal de debate que platea esta realización de Francesco Bruni, aunque no es el única, sino que además tiene otros secundarias, casi tan importantes como el central.
La narración se desarrolla en Roma, en el primer mundo, pero parece, que allí también está la generación del Ni Ni., de los que no estudian ni trabajan. Entre ellos se encuentra Alessandro (Andrea Carpenzano), con 22 años, que con tres amigos pasan el día juntos sin hacer nada productivo. Hasta que le consiguen un trabajo, por la tarde, para que acompañe a un hombre de 85 años que vive solo y se encuentra en la fase preliminar del Alzheimer. Pero, pese a que el ingreso al mundo adulto por parte del protagonista predisponga al espectador a ver una confrontación, se llevará una sorpresa pues el muchacho asume el nuevo rol en serio y con responsabilidad.
Entrar al departamento del anciano le resulta atravesar el umbral del descubrimiento de un mundo nuevo, propio y ajeno. Giorgio (Giuliano Montaldo) es un hombre amable, fue poeta, pero le falla un poco la memoria, y sus escasos recuerdos se van develando, todo a su debido tiempo, para que, lo que hasta el momento es una historia sin sobresaltos, se convierta en una de aventuras donde las pistas que hay en la vivienda, más la motivación y el afecto que le va tomando al artista, lo transformen en el héroe.
El director maneja bien los ritmos narrativos, permitiendo que el resto del elenco desarrolle a los personajes, los que tendrán una influencia, mayor o menor, sobre los protagonistas y la historia en sí misma.
La música de fondo es casi imperceptible. Decididamente no necesita realzarla para afirmar alguna situación o escena en particular. Los gestos, las miradas, los diálogos y las acciones abarcan todo sin necesidad de otros artilugios, porque aquí, la vida de cada uno de ellos está expuesta abiertamente. Tanto es así que el desafío de Alessandro lo tiene con él mismo. Necesita, y le da satisfacción, brindarse enteramente hacia Giorgio, pese a los obstáculos que se le presentan, para intentar cumplirle, por todos los medios posibles, un deseo, tal vez el último que le quedó de su adolescencia, durante la Segunda Guerra Mundial, y de esa manera cerrar una herida que quedó abierta durante demasiadas décadas.