Existe un tipo de películas, muchas veces definidas con frases como "es un canto a la vida", que pretende enseñar lecciones sobre cómo vivir, presentando una historia con una buena dosis de tragedia, pero mirada a través de una lente positiva que celebra la existencia, más allá del dolor.
A esta especie de subgénero más preocupado por lo didácticoterapéutico que por lo cinematográfico pertenece Amigos por siempre. Como sucede con los libros de autoayuda, este cine tiene su público, tal como lo demuestra el éxito del film francés original, basado en una historia real, que derivó en esta remake y en una argentina.
Amigos para siempre, siguiendo la receta de este tipo de películas, recurre a golpes bajos que buscan la empatía inmediata y sufre de una falta total de sutileza, tanto en las situaciones humorísticas como en las representaciones de sus personajes: un hombre millonario cuadripléjico que ya no quiere vivir y uno que acaba de salir de la cárcel, que terminan aprendiendo el uno del otro y haciéndose grandes amigos.
Lo mejor de la película de Neil Burger es el placer de ver actuar juntos a un intérprete brillante como Bryan Cranston y a un muy buen comediante como Kevin Hart. Es casi imposible no imaginar una película en la que pudieran aprovechar mejor esa química perfecta. A Nicole Kidman le toca un personaje con poca gracia que no le da espacio para desplegar su ya probado talento actoral.