MODELO A REPETICIÓN
El mercado del cine mundial permite que no solo se hagan múltiples versiones de una misma película, sino que encima sus moldes narrativos y estéticos sean prácticamente idénticos, a tal punto que las diferencias son mínimas, solo dadas por cuestiones idiomáticas, de desempeño actoral o algún retoque en la puesta en escena. Ya tuvimos, por ejemplo, esa horrible obra teatral italiana que se hace pasar por cine llamada Perfectos desconocidos –con su también horripilante reversión española-; y ahora nos encontramos con que la superficial película francesa Amigos intocables tuvo una pobre remake argentina con Inseparables y ahora una discreta adaptación estadounidense llamada Amigos por siempre.
Al igual que en la versión argentina, lo que salva –en algunos pasajes- a la remake estadounidense es su elenco, que muestra una química apropiada y cierta efectividad en el abordaje de sus respectivos personajes. Tanto Bryan Cranston como Kevin Hart encuentran naturalidad, fluidez y carisma para construir desde la interpretación el vínculo entre un hombre acaudalado con cuadriplejia y un convicto que casi por casualidad es contratado para cuidarlo. A eso hay que sumarle lo aportado por Nicole Kidman como la secretaria del personaje de Cranston, trabajando desde el puro profesionalismo y poniéndose cuidadosamente en un rol de reparto. Sin embargo, estamos hablando de componentes puramente técnicos y decididamente predecibles, ya que conocemos la calidad de los tres actores.
Lo que no hay es una historia verdaderamente arriesgada y potente: en Amigos por siempre todo va por los carriles habituales de la corrección política –esa que suele explicitar un cierto grado de conflictividad para luego negarlo-, sin tomar aunque sea un mínimo riesgo. Lo mismo aplica para la puesta en escena: la dirección de Neil Burger apenas si se emparenta con lo cinematográfico y a lo sumo quiere demostrar algo de personalidad en una secuencia donde aparece Julianna Margulies que bordea el golpe bajo pero que aunque sea se anima a generar algo de incomodidad. Y si bien esa impersonalidad la aleja de algunas manipulaciones y subrayados que se imponían en la versión original francesa y la adaptación argentina, también la condena a una medianía absoluta.
Lo peor de Amigos por siempre es que si bien conseguía plantear sus conflictos personales y sociales con algo de efectividad, rápidamente llega a un punto muerto, girando en el vacío y acumulando situaciones inconexas, para luego querer reavivar los conflictos apresuradamente. El resultado es obvio: no se genera una verdadera empatía con los protagonistas (más allá del carisma de los actores), los vínculos no son aceitados y hay un constante forzamiento tanto de lo dramático como de lo cómico. Amigos por siempre es una película prolija y construida para agradar, pero al mismo tiempo trivial y olvidable, que repite y jamás se atreve a innovar.